Llibre
dels Fetys
Es
texts des Llibre dels Fetys que figuren a sa plana, estan calcats de sa edició
d´en Mariano Flotats y Antonio Bofarull de l´any 1848 que també estan
calcats de una de ses tres copies que se feren l`any 1584 una en espanyol una
en llatí i una en llemosí de sa edició feta per “ Phelippe de
Austria Principe de las Españas”
Una
copia esta a Madrid unaltre per Valencia i s`altre per Catalunya, s`original NO
esta a Poblet.
Es
Monasteri de Poblet l`any 1835 va esser incendiat, profanat i saquejat,
per es poble, es mateix poble CATALÀ va esser qui va destruir es monaster,
encararà no se sap en certesa quins son es esquelets que hi ha a cada tomba ja
que els s`varen robar i escampar
Tenir
esment que sa versió feta l`any 1848 es diferent a sa de l`any 1584 i aquesta
de ses mes antigues
Antonio
Bofarull, entre altres coses es creador inventor l´any 1869, de sa
confederació corona “catalano-aragonesa “, en es seu estudi titulat “ La
confederacion catalano Aragonesa”
Per curiositat pos es darrer
capitol i sa conclusio perque hi ha algo que que te fa dir ¡Uep que pasa aqui :
CAPÍTULO
CCCXI. 321*
Al cabo de algunos días , constante en nuestro propósito de
retirarnos á Poblet para servir á la Madre de Dios en aquel monasterio , salimos
de Algecira y llegamos hasta Valencia ; pero aquí se agravó nuestra enfermedad,
y no permitió el Señor que continuásemos nuestro viaje (1). .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . .
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. . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . .. . . .. . .
. . . ..
.
Aquí en Valencia, seis días antes de las calendas de
agosto del año 1.276 murió el noble En Jaime por la gracia de Dios rey de
Aragón , de Mallorca y de Valencia , conde de Barcelona y de Urgel , y
señor de Monpeller , cujus anima per misericordiam Dei requiescat in pace.
Amen. Vivió el rey don Jaime despues de la toma de Valencia treinta y siete
años.
Finito
libro , sit laus et gloria Christo.
FIN DE LA HISTORIA DEL REY DE ARAGÓN , DON JAIME I.
Cuando por los años de 1390 quedaron acabados los Reales
sepulcros que el rey don Pedro el Ceremonioso había mandado construir en
aquella iglesia , se le trasladó á ellos , colocándole en el panteón mas
inmediato al presbiterio , á la parte del evangelio , con la siguiente
inscripción :
ANNO DOMINI MCCLXXVI, VIGILIA
BEAT/e MARI/e MAGDALEN/E ,
ILLUSTRISSIMUS
AC VIRTUOSISSIMUS JACOBUS,
REX ARAGONUM,
MAJORICARUM, VALENTI/E,
COMESQUE BARCINONE,
ET URGELLI, ET DOMINUS MONTISPESSULANI,
ACCEPIT HABITUM ORDINIS CISTERCIENSIS
IN VILLA ALGECIR/E&, ET
OBLIT VALENTI& VI KAL.
AUGUSTI. HIC CONTRA
SARRACENOS SEMPER PR/EVALUIT,
ET ABSTULIT EIS REGNA MAJORICARUM , VALENTIA
ET MURTIIE, ET REGNAVIT LXII ANNIS, X MENSIBUS,
ET XXV DIEBUS , ET TRANSLATUS EST DE CIVITATE
VALENTI& AD MONASTERIUM POPULETI , UBI SEPULTUS FUIT,
PR&SENTIBUS REGE PETRO,
FILIO SUO, EJUS UXORE
CONSTANTIA, REGINA ARAGONUM ,
ET VIOLANTE ,
REGINA CASTELL/E, FILIA REGIS
JACOBI
PR&DICTI, ET
ARCHIEPISCOPO TARRACONIE, ET MULTIS
EPISCOPIS, ET ABBATIS AC
NOBILIBUS VIRIS.
IIIC &DIFICAVIT
MONASTERIUM BENIFAZANI, ET
FECIT MULTA BONA MONASTERIO
POPULETI.
EJUS ANIMA REQUIESCAT IN
PACE. AMEN.
46*
Al
cabo de poco tiempo nos enviaron mensaje los hombres
de Pons pidiendo que fuese allá la condesa. Así lo acorda-mos, pero no quisimos
Nos ir allá, porque nos habíamos desafiado a En Raimundo Folch,
y teníamos
con él buena amistad. Cuando la condesa llegó a la villa con En Guillermo y En
Raimundo de Moncada y toda hueste. a excepción de Nos,
que nos quedamos con cinco caballeros: hallóla desierta, y le salió al
encuentro el castellano con todos los suyos a caballo en disposición de trabar
batalla; pero los de la condesa picaron espuelas a los caballos. embistieron contra sus contrarios, y los acorralaron cerca
del castillo: distinguiéndose muy particularmente en aquel hecho de armas,
sedán después nos dijeron. En Bernardo Dezlor, hermano del sacrista de
Barcelona. Aquel mismo día al anochecer nos llegó un mensajero de En Guillermo
y En Raimundo de Moncada, para pedirnos que (le
todos modos
fuésemos allá, porque estando Nos con ellos se tomaría muy fácilmente el
castillo, del cual sin Nos no podían apoderarse. —¿Cómo
hemos de ir allá, le dijimos, si no hemos desafiado a Raimundo Folclt. y éste es el que posee la fortaleza? —Sabed, nos contestó,
que si vos os presentáis. se ganará luego el castillo:
pero si vos no acudís, no entrará en él la condesa. —Pues bien!, le replicamos, ¿qué es lo que habremos de hacer cuando
allí estemos? —Muy poco: con que vos les deis orden para entregarse a la
condesa, así lo cumplirán. —Lo haremos. pues: pero
salvando siempre el derecho que pueda tener En Raimundo Folch.
—Nos
encaminamos en seguida a Agramunt, y habiendo mandado dejar los caballos y armas a
los que nos acompañaban, nos acercarnos al castillo, de donde bajó a nuestro
encuentro el castellano con unos veinte de los suyos.
—Ya que habéis pedido.. les
dijimos. que Nos compareciésemos aquí. sepamos cuáles son vuestros intentos. —Quisiéramos saber de vos, nos contestaron. qué es lo que habernos de hacer de este castillo. —Ya que
nos pedís consejo, añadimos, os diremos que, a nuestro entender, lo mejor sería que yo y
la condesa os prometiésemos salvar el derecho que pueda tener en él En Raimundo
Folch. y que vosotros por vuestra parte os obligaseis a
entregarlo a la condesa, sometiéndoos a su señorío: ya que por sentencia de
nuestra corte, por derecho y por razón acaba de recobrar lo demás del condado,
v se le han sometido también todos sus vasallos. —Como se lo propusimos, así se
verificó. habíamos entretanto enviado a Oliana
a algunos de
los nuestros para recobrar aquella villa por la condesa; mas luego que sus
vecinos tuvieron noticia de la rendición de Pons, siguieron su ejemplo. Con
esto quedó doña Aurembiaix restablecida en sus estados, habiendo Nos procedido
en todo. no para el propio provecho. sino para hacer valer la justicia que a ella le asistía.
47*
(fol. 27r "/v "
Después de año y medio de haber dado cima a los negocios
del condado de LÙrgel, estábamos Nos en Tarragona; y fue voluntad de Dios que a
pesar de no haber convocado cortes, concurriesen allí la mayor parte de los
nobles de Cataluña, entre otros don Nuño Sánchez, hijo que fue del conde
Sancho, En Guillermo de Moncada, el conde de Ampurias. En Raimundo de Moncada,
En Geraldo de Cervellón, En Raimundo Alarnarr. En Guillermo de Claramunt,
y En Bernardo
de Santa Eugenia. señor de Torroella.
También
estaba entre éstos En Pedro Martel. ciudadano de Barcelona v muy experimentado marino, el
cual nos convidó un día a comer a Nos v a todos los nobles que con Nos se
hallaban. A los postres, habiéndose entablado conversación entre todos,
preguntaron a En Pedro Martel. que había sido comitre de galeras, qué tierra era
Mallorca cuánta extensión podía tener aquel reino. —Alguna razón puedo daros,
contestó aquél; pues he estado allí urca o dos veces. y
calculo que la isla tendrá trescientas millas de circunferencia. Hacia Levante,
y frontera a Cerdeña, hay también allí otra isla llamada Menorca, y hacia
poniente otra que tiene por nombre Ibiza. Mallorca es cabeza de todas, y todas
obedecen al señor que en ella reside. Hay además otra isla, llamada Formentera
v habitada
por sarracenos, que está situada cerca de Ibiza., y la separa de ella solamente
un canal de una milla de ancho.—Acabado el banquete se
presentaron ante Nos y dijeron nos: —Señor: hablando con En Pedro Martel,
le hemos
pedido noticias (y creemos que no os disgustará el saberlas) de una
isla por nombre Mallorca. en la cual hay un rey, que
tiene además bajo su dominio otras islas llamadas Menorca e Ibiza. La voluntad
de Dios
no puede
torcerse; y así quisiéramos que fuese de vuestro agrado pasar allá a conquistar
aquella isla por dos razones: la primera, por lo mucho que en ello ganaríamos
nosotros y vos; y la segunda, por lo que se admiraría el inundo de que os
fueseis mar adentro a conquistar un remo. —Plúgonos luego lo que nos proponían.
y les respondimos: —Mucho nos
satisface el que estéis formando tales proyectos; no se perderá por Nos que no se cumplan.
—Y allí mismo resolvimos luego convocar para Barcelona nuestras cortes generales. a
las cuales debiesen concurrir en su día el arzobispo de Tarragona, los obispos,
los abades, los ricoshombres que antes hemos citado y los síndicos de las
universidades de Cataluña.
48*
Ibl. 28 r °% ")
EN el plazo que les habíamos señalado comparecieron en Barcelona el
arzobispo, los obispos y los ricoshombres; y al día siguiente se reunieron en
nuestro antiguo palacio, que había mandado edificar el conde de Barcelona.
Luego después de congregados en nuestra presencia, les dirigimos la palabra en
estos términos: —Illumina cor meua, Domine, et verba mea de Spirit
u Sancto.
Rogamos a Dios nuestro Señor v a su Santísima
Madre la Virgen Santa María, que cuanto os digamos sea para mayor honra de Nos
y de vosotros que nos escucháis, v sea sobre todo del agrado de Dios v de su
Madre y Señora nuestra Santa María: pues como queremos hablaros de algunas
buenas obras que intentamos, y éstas proceden de Dios y por él son tales, ojala
que tales sean también nuestras palabras, y plegue al Señor que podamos
ponerlas por obra. Ya sabéis que nuestro nacimiento fue por milagro de Dios;
pues siendo así que nuestro padre andaba desviado de nuestra madre, quiso el
Señor que viniésemos al mundo v
obró en nuestro nacimiento grandes maravillas. —No las esplicamos aquí, porque las hemos contado
va al principio de este libro. —Tampoco ignoráis, que Nos somos vuestro Señor natural: que no tenemos ningún hermano, porque
nuestros padres no dejaron ningún otro hijo, y que al llegar entre vosotros, niño
todavía, a la edad de seis años y medio, hallamos revueltos los estados de
Aragón y Cataluña, en guerra unos vasallos con otros, desavenidos todos,
teniendo cada uno encontradas pretensiones, v que con los acontecimientos
pasados se habían granjeado un mal renombre en el mundo. Tales daños no podemos
Nos remediarlos sino por la voluntad de Dios que nos asista en todas nuestras
cosas. y acometiendo todos juntos tales empresas, que
después de ser aceptas al Señor. tengan de sí tal
bondad e importancia, que basten a desvanecer la mala fama adquirida, disipando
con la luz de las buenas obras las tinieblas de los pasados yerros. Por dos
razones, pues, la primera por Dios, y la segunda por la naturaleza que con
vosotros tenemos, os rogamos encarecidamente que nos deis consejo ayuda para
tres cosas: primeramente, para que podamos poner en paz nuestra tierra: en
segundo lugar para que podarnos servir al Señor en la expedición que tenemos
pensado hacer contra el reino de Mallorca y demás islas adyacentes; v por
último, para que nos digáis de qué manera podrá redundar esta empresa en mayor
gloria de Dios. Para esto habéis sido llamados.
49*
fbl.28v"-29r")
TERMINADO nuestro discurso, se levantó el arzobispo de Tarragona. Aspargo, a
ruego de los ricoshombres que quisieron que hablase él primero, y dijo: —Bien
conocernos. señor. que
llegasteis joven entre nosotros y que se necesita maduro consejo para obras de
tal importancia como la que acabáis de proponernos. Deliberaremos sobre ella, y
os daremos tal respuesta, que será para mayor gloria de Dios, de Vos y de todos
nosotros. —Habló en seguida por él y por todos los nobles En Guillermo de
Moncada, diciendo. que daba desde luego gracias a Dios
de que nos hubiese inspirado tal propósito; pero que como el negocio de que se
trataba era de tanto interés, no podía sin previa deliberación darnos su
respuesta. —Sin embargo, añadió, desde ahora puedo aseguraros delante de todos.
que nuestro acuerdo será digno de Vos v de nosotros. —Tomó luego la
palabra En Berenguer Girara, síndico de la ciudad de Barcelona, y habló por los de las
universidades en estos términos. —Dios, que es vuestro señor v nuestro, es el
que os ha inspirado la buena obra que acabáis de proponernos: ojala que podamos
daros tal respuesta. que vos podáis cumplir vuestra
voluntad para mayor gloria de Dios y nuestra. Deliberaremos, pues. con los demás sobre vuestra proposición, y os contestaremos.
—Propuso en seguida el arzobispo que deliberasen aparte cada uno de los tres
brazos; y habiéndolo aprobado así todos, se separaron las cortes por entonces,
y se fue cada brazo a deliberar para darnos al cabo de tres días su respuesta.
Antes de recibirla, celebrarnos un consejo secreto con los ricoshombres, sin
que asistiesen el arzobispo ni los obispos, y en él habló el primero, el conde
de Ampurias, diciendo: —Si hombres ha habido de gloriosa fama en el mundo,
nosotros lo fuimos; mas va que la hemos perdido y que os tenemos ahora a vos
por nuestro señor natural, menester es que con nuestra ayuda llevéis a cabo
tales empresas, que con ellas podamos todos recobrar el buen nombre que antes
teníamos. Para ello
no hay mejor medio que marchar a la conquista
de ese reino de sarracenos que decís, situado en medio del mar: así realzaremos
nuestras pasadas glorias; ésta será la más grandiosa empresa que los cristianos
hayan llevado a cabo desde cien años acá, y más vale que muramos en la demanda
v recobremos nuestra antigua prez y el esplendor de nuestro linaje, que no que
vivamos para conservar nuestra deshonra. Por mí he de deciros que haría cuanto
pudiese para que se realizase tan
gloriosa empresa. —Convinieron todos con lo que acababa de manifestar el conde
de Ampurias, añadiendo cada uno lo que mejor
le pareció para animarnos a poner por obra nuestros intentos. Resolvimos, pues,
aquella misma noche convocar las cortes para la mañana siguiente. y que en ellas hablarían antes que todos los
ricoshombres para que con sus palabras animasen a los eclesiásticos y ciudadanos.
Así lo hicimos, enviando orden a los ricoshombres, al arzobispo, a los obispos,
abades y demás para que al día siguiente por la mañana se hallasen reunidos en
nuestra presencia, prontos a darnos la respuesta que hubiesen acordado.
50*
(1ó1. 29r"
-30r")
EN cumplimiento de la orden que les habíamos dado, comparecieron todos
los de las cortes luego de celebradas las misas matutinales; y reunidos ya en
nuestra presencia, cediendo la palabra a En Guillermo de Moncada, se puso éste
en pie, y nos manifestó su acuerdo en estos términos: —Señor, a vos os envió
Dios para que nos gobernaseis, y nos destinó a nosotros para que os sirviésemos
bien y lealmente; mal cumpliríamos, pues, con nuestro deber, si no procurásemos
con todas nuestras fuerzas acrecentar vuestro prez y vuestra honra, porque al
fin nuestra ha de ser también vuestra gloria, y a nosotros nos ha de alcanzar
asimismo vuestro provecho. Por ende no fuera razón que ahora que concurren
ambas circunstancias, despreciásemos la buena coyuntura que nos ofrecéis,
rehusando contribuir a la conquista de ese reino de Mallorca, que por estar
situado en medio del mar os ha de dar más gloria que si conquistarais tres
reinos en tierra firme. Cuando de vuestra honra se trata, señor, están de sobra
todas las demás consideraciones: por lo mismo, contestando a los tres puntos
que nos habéis propuesto, os decimos que pongáis en paz vuestra tierra, y que
os ayudaremos con nuestras fuerzas para que podáis llevar a buen término la
empresa que proyectáis. Primeramente ordenad paz y treguas por toda Cataluña y
disponed que se otorgue pública escritura en la cual vayan constando los que
las acepten; don Nuño que se halla aquí presente y que es nieto del conde de
Barcelona, no será sin duda de los que rehúsen firmarlas, tanto por el
parentesco que con vos le une, como por ser tal la empresa de que se trata; mas
si hubiese alguno de Cataluña que rehusase otorgarlas, le obligaríamos nosotros
a hacerlo contra su voluntad. Os concede-mos además que percibáis el boyaje que
pagan todos nuestros vasallos, pues aunque lo hayáis percibido ya otra vez de
propia autoridad, como suelen hacerlo los reyes, por una sola vez, os lo
cedemos ahora graciosamente, para que con su producto podáis atender mejor a
los gastos de la expedición. Por lo que a mí me toca, os ofrezco además que yo
y los de mi linaje os serviremos en ella con cuatrocientos caballos armados,
hasta tanto que con la ayuda de Dios hayáis conquistado Mallorca y adquirido el
señorío de sus islas adyacentes, Menorca e Iviza, sin separarnos de vuestro
lado hasta que quede del todo terminada la conquista. En cuanto a don Nuño y a
los demás nobles, ellos os dirán cada uno de qué modo piensan ayudaros. Sólo
una cosa os pediremos, y es, que ya que os otorgamos cuanto vos deseáis, nos
cedáis también alguna parte de lo que ganéis con nuestra ayuda, tanto en bienes
muebles como en inmuebles, para que quede así perpetua memoria del servicio que
os habremos prestado. —Con esto puso fin a su discurso.
51*
(fol. 30 r "/v ")
LEVANTÓSE entonces don Nuño Sánchez, que era descendiente del conde de
Barcelona, y dijo: —Señor, cuanto ha dicho y os ha manifestado Guillermo de
Moncada está muy bien por lo que a él toca y a su linaje; mas
yo quiero responder ahora por lo que atañe al mío. Dios que os crió, quiso que
fueseis nuestro señor y rey, y pues a él le plugo, asimismo nos ha de placer a
nosotros, y a mí sobremanera, tanto por el parentesco que media entre vos y yo,
como por el dominio que tenéis sobre mí, de manera que honra y acrecentamiento
no tenéis, en el que yo no tenga parte, por ser de vuestro linaje. Quien en
Dios confía no puede obrar mal, y tal no será al otorgaros desde ahora paz y
tregua, tanto por mi parte, como por la tierra que vuestro padre me dio, a
saber, Rosellón, Conflent y Cerdaña. Sobre tal tierra os doy facultad que percibáis el boyaje,
ofreciéndoos además acompañaros con cien caballeros armados a mis costas, en
recompensa de lo que, me daréis parte de la tierra que ganéis y de los objetos
que en ella se hallen, para satisfacer así a los caballeros y peones que yo
enviaré, y también para mantener leños o galeras que yo arme. Tal servicio os
lo prestaré constantemente en la citada tierra, hasta que Dios se sirva
permitir que la ganéis.
Tras el discurso de don Nuño, siguió el conde de Ampurias, quien se
expresó en estos términos: —No hay alabanzas suficientes, señor, para poder
encomiar la empresa que queréis llevar a cabo; pues por sí sola revela ya su
valor y la gran ventaja que nos ha de reportar. Por mi parte prometo acompañaros
con sesenta caballeros con caballos armados, y como conde de Ampurias que Dios
me ha hecho, digo, que apruebo cuanto ha dicho En Guillermo de Moncada, cuyo
caballero es el mejor y más noble de nuestro linaje, pues es señor de
Bearne y de Moncada, cuyo señorío tiene por vos, y además, de Castellví,
que es su alodio; pero espero que entre los
cuatrocientos caballeros que ha ofrecido, contará también los sesenta que yo
ofrezco, pues así irá todo nuestro linaje unido en la empresa: pidiéndoos sólo
ahora, señor, que de aquella parte que a él y a otros le habéis prometido, me
deis también a mí una porción por los hombres de a caballo e infantes que
enviaré,; y os advierto, por lo que sea, que cuantos caballeros yo y los otros
enviemos, irán todos con caballos armados.
52*
(fol. 30 v" -
31 r")
LEVANTÓSE en seguida el arzobispo de Tarragona, y exclamó: —Viderunt oculi mei salutare tuum:
éstas son las palabras de Simeón al recibir al Señor en sus brazos, las cuales
significan: Han visto mis ojos tu salud... y así los míos ven la vuestra. Lo que añado yo a tales palabras ya sé que la Escritura no lo dice; pero yo lo quiero decir, pues que viendo vuestra salud, vemos la nuestra.
Consiste la vuestra en que ya hacéis buenas obras cuando empezáis a obrar: la nuestra
la hallaremos a medida que vos os ensalcéis v aumentéis en prez, honor y valor;
pues que si por vuestro valor y por vuestra pujanza hacéis obras de Dios, por
lo mismo debemos miraros como cosa nuestra. El pensamiento que vos y esos
nobles que están con vos habéis ideado aquí y vais a realizar, es en honor de
Dios y de toda su celestial corte, y un beneficio, del cual hallaréis el
galardón vos v vuestros hombres, no sólo en este mundo, sí que además en el
otro, que es infinito. Plazca, por lo mismo, a nuestro Señor que lo que esta
corte acaba de ajustar, sea en provecho de Dios, de vos y de todos los nobles
que aquí se hallan, de ésos que tanto os han ofrecido, o rey, y a quienes tanto
deberéis agradecer. Así pues, cuando Dios ponga en vuestras manos ese reino que
tenéis ánimo de conquistar, recompensad debidamente a los que os ayuden, y
partid con ellos las tierras y objetos que adquiráis, ya que para ello os han
de ayudar y servir también. Por ellos os digo en mi nombre (aún cuando no pueda
tomar parte en los hechos de armas, por ser inútil mi brazo a causa de mi
avanzada edad) y en el de la iglesia de Tarragona, que dispongáis de mis bienes
y de mis hombres del mismo modo que lo haríais con los vuestros; y si algún
obispo hay que quiera acompañaros y serviros personalmente, dígalo, que a más
de darnos con ello gusto, de parte de Dios y nuestra le dispensaremos: a
hazañas de esta naturaleza todo el mundo debe ayudar, ya sea de palabra, ya de
obra, y ojala Dios, que vino al mundo por nosotros y para salvarnos, os deje
llevar a cabo ésta que emprendéis y otras, tal como lo desea nuestra voluntad y
la vuestra.
53*
(foI. 31 r"/v")
AL concluir el arzobispo, estaba ya en pie el obispo de Barcelona, que
tenía por nombre Berenguer de Palou, y dijo: —A nadie mejor que a vos, señor, puede aplicarse aquella
visión con que el Padre envió a nuestro señor Jesucristo, hijo de Dios, y que se llamaba excelsis; y en la que aparecieron nuestro Señor, hijo de
Dios, Moisés y Elías al apóstol San Pedro. Al verla el último, dijo que sería muy conveniente que se levantasen
tres tabernáculos, el primero para nuestro señor Jesucristo, el segundo para
Moisés, y el otro para Elías; mas apenas lo había pronunciado, cuando se oyó
del cielo un grandísimo trueno, y cayeron en tierra todos los que estaban con
el apóstol y, al levantarse luego espantados, vieron que bajaba del cielo una
nube y se dirigía contra ellos, dejándose percibir estas palabras: ¡Ecce filius meus dilectus qui in corde meo placuit. Tal es
la semejanza que podemos aplicaros a vos mirándoos como hijo de nuestro Señor,
desde el momento en que queréis perseguir a los enemigos de la fe y de la cruz,
por cuya laudable empresa fío en Dios que algún día alcanzaréis el reino
celestial. Por mi parte, señor, y por la de la iglesia de Barcelona, ofrézcoos
cien o más caballeros a mis costas, hasta tanto que hayáis conquistado las
islas de Mallorca, suplicándoos sólo, que me cedáis parte para los hombres que
yo conduciré, ya sean de marina ya caballeros.
El
obispo de Gerona habló en seguida, y dijo: —Gracias doy a nuestro Señor por la
buena voluntad que os ha dado y a toda vuestra corte, en alabanza de cuya
grande obra no habían de faltar palabras; pero nuestro arzobispo, el obispo de
Barcelona, En Guillermo de Moncada, don Nuño y el conde de Ampurias tanto v tan
bien os han hablado, que iguala a cuanto deciros pudiera: me contentaré, pues,
con poner a vuestra disposición, en mi nombre y en el de la iglesia de Gerona,
treinta caballeros, con tal que me deis aquella parte que me corresponda, según
diereis a los demás.
54*
(fol.
31 v")
LEVANTÓSE después del obispo el abad de San Felío de Guixols, y dijo que nos
acompañaría con cinco caballeros, provistos y equipados de cuanto era
necesario; y por último, levantóse también el paborde de Tarragona, y pronunció
estas palabras: –Señor, no puedo ofreceros tantos caballeros como los demás,
pero prometo que os seguiré con media cuarta de ellos, v además con una galera
armada. Hechas tales manifestaciones tomó la palabra En Pedro Gruny
y dijo de esta manera: –Da gracias al Señor la
ciudad de Barcelona por la buena voluntad que os ha dado, y en Dios confía que
podréis llevar a cabo vuestra obra como deseáis. Para ella pues, os ofrece de
pronto los vasos, las naves y los leños que hay en su puerto y que están
aparejados a vuestro servicio en tan honrada hueste, para mayor gloria de Dios;
advirtiéndoos, que al hacer la ciudad este ofrecimiento, no quiere más
recompensa que vuestra inmutable gratitud. Por esta razón, no habla aquí de las
demás ciudades Barcelona, sino por sí sola. –Sin embargo, Tarragona y Tortosa
se conformaron con lo que aquélla dijo.
55*
(fol. 32
r")
O1DAS tales
razones, tratóse de extender escritura sobre el repartimiento de las tierras v
de cuanto ganásemos; y de forma la hicimos, que en ella se prometía parte de lo
que adquiriese (luego que nuestro Señor nos concediera la victoria), a los
caballeros, y así proporcionalmente a los hombres armados y a las naves,
galeras y leños, según eran ellas y su armamento; así como a todos aquéllos que
nos siguieran a caballo o a pie, a proporción también de los arreos y armaduras
que llevasen: advirtiendo que tal parte debiese entenderse ya de cualquier
ganancia que pudiera hacerse durante el viaje, desde el momento en que la
hueste se hiciese a la vela; todo lo que les prometimos cumplirles sin faltar,
fiado en Dios y en Nos, del mismo modo que ellos prometieron servir bien y
lealmente; y con la inteligencia de que no contarían después mayor número de
hombres de los que realmente hiciesen el viaje.
Dando, pues, con esto claramente principio a nuestra empresa de pasar
a Mallorca, señalábamos plazo, y ordenamos que para mediados del rues de mayo debiesen estar todos
preparados en Salou.
Separóse entonces la corte, y cada cual se fue preparando. Antes de
marchar los nobles, sin embargo, se les hizo prestar juramento de que el día
primero de mayo estarían en Salou, con todos los preparativos necesarios para pasar luego a Mallorca, y
que no faltarían.
Llegó el día señalado, y Nos no faltarnos al punto de reunión; mas
tuvimos que aguardar hasta entrado setiembre, pues hubimos de ocuparnos durante
tal tiempo en disponer el viaje y esperar las naves, leños y galeras que
comparecían, sin las cuales no podía ser completa la armada. Algunas de
aquéllas se aguardaban en Cambrils, pero el cuerpo principal de la armada estaba en el puerto y playa de Salou,
si bien que las embarcaciones de Tarragona se
prepararon en su mismo puerto. El número de las que formaban la armada, fue el
siguiente: veinte v cinco naves gruesas, diez y ocho taridas, doce galeras y
entre buzos y galeones ciento; de modo que vinieron a ser ciento y cincuenta
leños mayores, sin contar las embarcaciones pequeñas.
56*
(fol. 32
r "/v
" - 33 r")
ANTES de
salir, ordenamos el modo cómo la armada debería marchar: primeramente debía ir
la nave de En Bovet (en la que iba En Guillermo de Moncada), llevando por faro
una linterna, para servir de guía; la de En Carroz debía ir de retaguardia, y
por ello, llevar asimismo otro faro o linterna; y finalmente, las galeras
debían marchar formando círculo en torno de la armada, cort el objeto de que,
si alguna otra quisiera agregarse, topase con ellas. Era un miércoles por la
mañana cuando la armada empezó a moverse impelida por la ventolina al terral:
tan largo tiempo habíamos estado en tierra, que cualquier viento nos parecía
entonces bueno, como nos apartase de ella.
Apenas los de Tarragona y Cambrils
divisaron la armada, cuando dieron vela a sus
buques; miraban con placer tan bello cuadro los que quedaban en tierra; y Nos
mismo gozábamos en contemplarlo, viendo que la mar llegaba a parecer blanca por
la multitud de velas que do quiera se descubrían: tan grande era el espacio que
la armada ocupaba. Nos nos
quedamos en la parte de detrás de la armada, en la galera Monpeller, e
hicimos recoger en barcas hasta más de mil hombres que querían seguirnos, y que
de otro modo no hubieran podido acompañarnos en aquel viaje.

Habríamos caminado cerca de más de veinte millas de mar cuando mudó el
viento en leveche. Al repararlo los cómitres de nuestra galera, de acuerdo con
los pilotos, vinieron a nuestra presencia y nos dijeron: —Señor, vuestros
naturales somos, y por ello tenemos la obligación de guardar vuestros miembros
y vuestro cuerpo, así corno de aconsejarnos, cuando sea menester, en lo que
nosotros entendemos. Este leveche que está reinando no conviene de ningún modo
para nosotros, ni para vuestra armada; antes nos es tan contrario, que si
continúa, os será del todo imposible tomar el rumbo de Mallorca. Por nuestro consejo,
pues, mandad, señor, que dé la vuelta la armada v vuelva a tierra, que más
adelante y en breve quizá, os dará Dios buen tiempo para pasar a la isla. —Mas
Nos, después de oír tal súplica y consejo, les respondimos: —Eso sí que no lo
haremos por nada del mundo: ya habéis visto cuántos se han escapado porque no
les probaba el mar; de consiguiente, no hemos de volver a tierra, que si lo
hiciéramos, todos aquellos a quienes faltase el valor para acompañarnos, nos
desampararían. Nos emprenderemos este viaje confiando en Dios v en busca de
aquellos que en él no creen; al buscar a éstos, dos
son los objetos que nos mueven, primero: convertirles o destruirles; y luego,
volver aquel reino a la fe de nuestro Señor: y pues en su nombre vamos, en él
debemos confiar que nos guiará. —Viendo los cómitres de la galera que aquélla
era nuestra voluntad, dijeron que por su parte harían cuanto pudiesen; más ya
que tanto confiábamos en Dios, en él fiarían asimismo, para que nos guiara.
Llegó entretanto la noche, y en sus primeras horas alcanzó nuestra
galera a la nave de En Guillermo de Moncada que llevaba la guía. Al verla,
salimos a la linterna y saludábamos a los que iban en ella, preguntándoles qué
nave era aquélla, al mismo tiempo que ellos nos preguntaron cuál era la galera.
Los de ésta les dijeron que era del rey, a cuya noticia respondieron: —Bien
venidos seáis por cien mil veces; —v en seguida manifestaron ya que su nave era
la de En Guillermo de Moncada. —Navegando entonces a la vela, pasamos delante
de todos, sin embargo de haber salido de los últimos, al partir de Salou;
no obstante, el leveche, que duró toda la
noche, era el único viento que entonces teníamos; y nuestra galera, así como
todas las demás, seguía el viento a toda orza. Íbamos Nos delante de la armada,
y a pesar de que el tiempo no variaba, seguimos toda la noche de la misma
bordada: dejamos marchar la galera por sí sola, mas al llegar entre la hora de
nona v la de vísperas, empezó la mar a embravecerse, a arreciar el viento; y de
tal modo creció aquélla, que más de la tercera parte de la galera por la proa
se veía cubierta de agua, tal era la furia con que venían las olas, pasando por
encima de la embarcación. A pesar de todo esto, recorríamos esa parte de mar;
mas al caer de la tarde, antes de ponerse el sol, cesó el viento, y al instante
apareció a nuestra vista la isla de Mallorca, distinguiendo a la vez la
Palomera, Soller y Almerug.
57*
(fol.
33 r"/v"-34 r
"/v ")
SUPUESTO que divisábamos ya claramente la
isla, túvose por conveniente arriar las velas a plano, para lo que nos pidieron
permiso, diciéndonos era muy últil, pues podía ser que nos viesen desde tierra.
Ninguna dificultad tuvimos en ello y hasta lo mandamos: la mar abonanzó en
seguida, y estaban ya para encender la linterna, cuando dieron en la dificultad
de que tal luz podrían verla los guardas de Mallorca; más Nos vencimos aquélla
aconsejándoles que colgasen a la parte de la isla un pedazo de lona y metiesen
detrás la linterna, con lo que conseguirían que los de la montaña no la viesen,
al paso que la podría divisar toda la armada. Agradó la idea y se cumplió en
seguida; rnas apenas se había puesto por obra, cuando empezamos a divisar ya
linternas en todas las naves y en algunas galeras, con lo que conocimos que la
armada nos había visto y se iba acercando. Cerca la guardia de prima de esta
noche, Llegaron dos galeras; y pidiéndoles nuevas de la armada, dijéronnos que
ésta se iba Aproximando con la mayor velocidad: y en efecto, a rnedia noche
comenzamos a ver ya entre naves, galeras y taridas como unas treinta o cuarenta
embarcaciones. Una bellísima luna nos alumbraba entonces, y se dejaba percibir
la ventolina del oeste con la que, dijímosles, que fácilmente podría-mos ir a
Pollenza, a cuyo punto se había acordado que arribase la armada. Largamos vela,
y al punto los demás que pudieron verla largaron también las suyas: la más
suave bonanza nos favorecía; y así marchábamos gozando-del rnejor
tiempo, cuando se dejó ver una nube, percibiéndose al mismo tiempo un viento
contrario de la parte de Provenza o al N.E. Al divisarla un marinero de la
galera, llamado Berenguer Gayran, que era cómitre de la misma, dijo:
—No me espanta aquella nube que viene con el
viento de Provenza; —y en seguida colocó ya a los marineros en sus
correspondientes lugares, unos a las drisas, otros en las escotas y
otros en las muras; y apenas acababa de ordenar así la galera, cuando llegó el
viento tomando por la lua; a cuya novedad empezó a gritar dicho cómitre:
—Arría! arría! —y las naves y demás leños que venían en torno de nuestra galera
se esforzaron al punto por arriar las velas a plano; mas tanto les costó a los
marineros, que con dificultad pudieron conseguirlo, siendo en vano la griteríá
que se movió entre ellos al darse las voces, en razón de que el viento llegó de
improviso. Por fin logramos tal prevención; mas seguía brava la mar, por chocar
con el nuevo viento el leveche que antes reinaba: todas las naves, galeras y
demás leños que teníamos entorno y aun los del resto de la armada, sosteníanse
ya solamente a palo seco; el viento de Provenza dominaba al otro, aumentando la
furia de las olas, y en tal situación quedaron como estáticos todos los de la
galera: nadie hablaba, nadie se movía, y sólo el silencio era el que reinaba
por todo. Al reparar en tan gran peligro y viendo que ya empezaban a
arremolinarse los barcos, entremos gran tristeza, v no tuvimos más recurso para
buscar alivio en aquel trance, que dirigirnos a nuestro Señor y a su Santa
Madre, haciendo la siguiente oración: —Señor Dios, le dijimos, harto conocemos
que ha sido tu mano la que nos ha hecho rey de la tierra y de los bienes que
nuestro padre tenía por tu gracia: éste es el primer hecho grande y peligroso
que emprendemos; en su éxito hemos querido confiar, ya sea porque desde que
nacimos hasta ahora siempre sentimos la fuerza de vuestra ayuda, ya por ver que
habéis querido que sirviesen a nuestra mayor honra aquellos mismos que querían
contrastar con Nos: así pues, Señor y Creador mío, tened la gracia de ayudarnos
en tan gran peligro, y haced que no sufra mengua la hazaña que hemos
emprendido, en la que no sería yo sólo quien perdiese, sinó Vos, mayormente si
se atiende a que este viaje lo hago sólo por ensalzar la fe que Vos me disteis,
y para rebajar y destruir aquéllos que no creen en Vos. Dignaos por ello, Dios
poderoso, librarme de este peligro, y haced que mi voluntad se cumpla, ya que
la empleo sólo en vuestro servicio.
Acordaos que ninguna gracia os he pedido, que no me la hayáis otorgado,
mayormente si es para alguno de aquéllos que tienen ánimo de serviros y padecen
por Vos; y que yo soy ahora uno de tantos. Y Vos, Madre de Dios escuchadme
también. ¡A Vos que sois puente y paso para los pecadores, a Vos os suplico por
los siete gozos y los siete dolores que sufristeis por vuestro caro Hijo, que
os acordéis de mi, para suplicarle que rne saque de esta pena y del peligro en
que nos encontramos yo y todos los que van conmigo!
58*
(fol. 34 v "-35 r")
HECHA tal
oración, nos vino a la mente que lo mejor sería que abordásemos a Pollenza,
idea que habían tenido ya todos los nobles, barones y marinos que nos
acompañaban; preguntábamos a los de nuestra galera si había alguien que hubiese
estado en la isla o ciudad de Mallorca, para saber qué puertos había más
cercanos a la ciudad por la parte de Cataluña; y respondiéndonos el cómitre Berenguer
Gayran que él había estado en aquélla, nos
refirió que el punto más cercano era peñón distante de la ciudad tres leguas y
por mar veinte millas, el cual era llamado La Dragonera
y estaba separado de la tierra firme de
Mallorca. Añadió aún más, que en tal punto había un pozo dé agua dulce, de cuya
agua habían probado él y otros marineros, una vez que lo visitaron, que no muy
lejos había otro islote llamado Pantaleu separado también del indicado punto, y
distante de tierra solamente corno un tiro de ballesta. —¿Qué
más deseamos. pues?, respondíamos Nos al oír la
relación; arribemos allá, donde habiendo agua dulce y buen puerto,
refrescaremos los caballos, aunque les pese a los sarracenos, y podremos
aguardar bien a la armada. Además, que desde allá podremos preparar mejor
nuestros planes y pasar luego a donde mejor nos parezca. —Con esto, mandamos
izar vela a fin de aprovechar aquel viento de Provenza que nos favorecía para
entrar en tal punto; y no bien la izamos, después de comunicar nuestra galera
la orden a las demás para que hiciesen lo mismo y nos siguiesen al puerto de la
Palomera, cuando todos los buques izaron también las suyas por haber divisado
la nuestra. Viose aquí lo que era la fuerza de la virtud divina, pues con aquel
viento que reinaba al emprender el rumbo hacia Mallorca, no pudimos abordar a
Pollenza así como se había creído; y lo mismo que creíamos contrario, nos ayudó
entonces, pues hasta aquellas embarcaciones que más se habían sotaventado,
viaron fácilmente con tal viento hacia la Palomera, donde Nos estábamos, sin
que se perdiese ni faltara un leño o barco tan siquiera. El día que entramos en
el puerto de la Palomera, era el primer viernes de setiembre; mas el día
siguiente, sábado, por la noche, habíamos recobrado ya y teníamos a salvamento
todos nuestros leños.
59*
(fol.
35 r "/v ")
EN dicho
día enviamos a buscar a nuestros nobles, esto es, a don Nuño, al conde de
Ampurias, a En Guillermo de Moncada, y a los demás de nuestro ejército;
queriendo asimismo que asistiesen los cómitres de las naves, especialmente
aquellos que tenían fama de más inteligentes. Lo que en tal reunión se deliberó
fue: que enviásemos a don Nuño en una galera, que era suya, y a En Raimundo de
Moncada en la de Tortosa, para que fuesen costeando en ademán de ir contra
Mallorca; y que donde creyesen que mejor podían fondear la armada, que
allí lo haríamos. El primer lugar que hallaron propio para nuestro objeto, fue
uno llamado Santa Ponza, en el cual había una colina cerca de la mar, ocupada
la cual, aunque no fuese más que por quinientos hombres, no se perdería ya tan
fácilmente, antes al contrario, por tal medio podía arribar con toda seguridad
nuestra armada. Así fue como se hizo, después de haber hecho descanso el
domingo en el islote de Pantaleu, y durante cuya permanencia allí, corno a
mediodía, vino a encontrarnos pasando a nado, un sarraceno, llamado Alí, de la
Palomera, quien nos refirió infinitas nuevas de la isla, del rey v de la
ciudad. Con esto, mandamos que sobre media noche levasen anclas las galeras, y
que nadie absolutamente diese el grito ¡ayoz! si sólo que en lugar de esta
señal, diesen con un palo en la proa de las taridas y de las galeras al zarpar;
pues era inútil el áncora allí donde tan buen puerto había. Esta disposición se
tomó, porque en la playa de enfrente había como unos cinco mil sarracenos, con
doscientos de a caballo, que tenían paradas sus tiendas; mas tan bien lo
comprendieron los nuestros que, a media noche hubiérase podido asegurar que no
había acaso un hombre siquiera que hablase en toda la hueste. De las doce
galeras que llevábamos, cada una remolcaba una tarida, y así fue como éstas y
toda la gente fueron introducidas en el puerto, sin
que se percibiera apenas. Oyéronlo, sin embargo, los sarracenos y
alborotáronse; pero conocido por los que conducían las taridas, cesaron de
remar y quedaron quietos a fin de prestar atención. Entretanto fueron entrando
lentamente las taridas en el puerto; mas al cabo, empezaron a gritar los
sarracenos levantando la voz con fuerza y por largo rato, lo que nos hizo creer
que nos habían descubierto de improviso. Oyendo tales gritos, gritábamos
también nosotros al azar: los sarracenos empezaron a correr a pie y a caballo
por el campo, y mientras mirábamos en qué punto podríamos tomar tierra,
diéronse tal prisa nuestras doce galeras y doce taridas, que llegaron a la
playa antes que los sarracenos pudiesen impedirlo.
60*
(fol.
35 v ° - 36
r "/v ")
Los primeros que saltaron en
tierra fueron don Nuño y En Raimundo de Moncada, los templarios, En Bernardo de
Santa Eugenia y En Gilberto de Cruilles, quienes ganaron la mano a los
sarracenos, tomando aquella colina cercana a la mar con la ayuda de setecientos
peones cristianos. Llevaban los nuestros además como cincuenta de a caballo,
frente los cuales los sarracenos se alienaron en batalla, formando éstos en
todo un número como de cinco mil hombres de a pie y doscientos caballos. Pasó a
explorarles Raimundo de Moncada, quien se adelantó solo y con precaución de que
nadie le siguiera, hasta que estuvo muy cerca de ellos, en cuya ocasión Llamó a
los nuestros, gritando luego al verles ya próximos: —Acuchillémosles, que nada
valen. —Con esto corrió dicho Moncada ante todos contra los moros, y faltaría
sólo la distancia de unas cuatro hastas de lanza para que los cristianos les
alcanzaran, cuando aquéllos volvieron las espadas y huyeron. Siguiéronles los
nuestros sin abandonar su intento, y fue el resultado, que murieron de los
sarracenos más de mil quinientos, en razón de que ninguno quería dejarse
prender; finido lo cual, volvieron los nuestros a la orilla del mar. Saltábamos
Nos a tierra entonces, y apenas lo hicimos, cuando nos presentaron ya ensillado
nuestro caballo, mientras que de una tarida nuestra desembarcaban los
caballeros de Aragón. Al verles, esclamamos: —¡Sentimos
a fe que se haya vencido la primera batalla de Mallorca, sin haber Nos estado!
pero, caballeros, ¿hay de entre vosotros quien quiera seguirme? —La respuesta
fue seguir todos los que se hallaban preparados, llegando a formar como unos
veinte y cinco hombres. Con ellos salimos trotando v a galope hacia el punto en
que se había dado la batalla, donde vimos colocados en una sierra de tres a
cuatrocientos peones sarracenos. Al vernos ellos, bajaron de la sierra al punto,
para subir a otra; mas conociendo su intento uno de los caballeros de Ahe, que
son naturales de Tahuste, aconsejaron que si nos dábamos prisa podríamos
alcanzarlos aún; lo que hicimos, en efecto, adelantándonos con cuatro o cinco,
mientras que los demás caballeros seguían detrás matando y derribando moros por
do quier que los encontraban. Nos, con tres de los caballeros que nos
acompañaban, dimos con uno armado que iba a pie y llevaba embrazado el escudo,
la lanza empuñada, la espada en el cinto, la cabeza cubierta con un yelmo
zaragozano y su correspondiente perpunte. Al verle, dijímosle que se parase;
mas él volvióse hacia Nos, levantando su lanzón v aún en ademán de hablarnos.
Entonces fue cuando Nos dijimos a nuestros
caballeros: —Barones, mucho sirven los caballos en esta tierra, y aún cuando
uno no lleva más que uno, vale aquí cada
caballo por veinte sarracenos: yo os probaré esta verdad, cuando veáis cómo les
mate, lo que conseguiremos, así que veamos uno, poniéndonos en torno a él: tan
pronto como el moro enristre la lanza contra alguno, entonces otro de nuestra
comitiva procurará herirle por la espalda y derribarle, y así, siguiendo en
círculo, se logrará que ninguno de nosotros reciba daño. —Dicho esto,
preparándonos todos para llevar a cabo el plan; salió don Pero Lobera y
embistió al sarraceno, quien al verle venir, le apuntó la lanza hiriendo de tal
modo en el pecho de su caballo, que sin duda le clavaría aquélla al menos media
braza: a pesar de esto, el caballo de don Pero dio con el pecho tan recio golpe
contra el moro, que le derribó, y este iba ya a levantarse y ponía mano a la
espada, cuando Nos fuimos sobre él; dijímosle que se entregara, pero antes
quiso morir, y de tal modo era tenaz, que cada vez que se le decía: —Ríndete! —respondía le!, que significa no.
Sin éste, murieron aún como unos ochenta, después de lo que, nos volvimos a donde estaba nuestra hueste.
61*
(fol.
36 v "-37r")
AL
llegar, que sería de la tarde, saliónos a
recibir En Guillermo de Moncada, acompañado de En Raimundo de Moncada y otros
caballeros. Al verles, quisimos descabalgar. e ir a
pie hasta donde nos esperaban; mas no bien estuvimos cerca de En Guillermo,
cuando observamos que éste se sonreía, de lo que nos alegramos sobremanera,
pues temíamos no nos culpase por lo que habíamos hecho, y su sonrisa en tal
momento bastó para que entre Nos calculásemos ya que no había de ser tan amarga
la inculpación como pensábamos. —Qué habéis hecho?,
nos dijo ante todo Raimundo de Moncada; ¡no sabéis cuan fácilmente vos y todos
los vuestros podíais hoy perecer!, pues si por desgracia llegáis a perderos en
este hecho, como aún ahora mismo podía ser que os perdieseis, por perdida podía
darse va también la hueste y cuanto hasta ahora hicimos. sin
que para llevar a cabo nuestra empresa hubiese jamás hombre capaz de ello.
—Raimundo, interrumpió En Guillermo de Moncada, cierto es que el rey ha andado
indiscreto, mas con ello hemos podido conocer lo esperto que es en achaque de
armas y hazañas, atendido lo que, no es estraño ya que se mostrara tan
aburrido, al ver que no podía ir a la batalla. Señor, continuó en seguida,
dirigiéndose a Nos, confesad vuestra indiscreción, pues que de vos pendía
nuestra vida o muerte; mas consolaos al mismo tiempo con la idea de que basta
el haber puesto de nuevo los pies en tierra, para poderos llamar rey de
Mallorca; que aun cuando murieseis. bastaría esto sólo
para que se os tuviera como el mejor hombre, y que aun cuando os vierais
postrado en cama, nadie podría quitaros ya esta tierra, que vuestra es. —Aquí volvió a replicar Raimundo de Moncada, diciéndonos: —Lo más
conveniente sería ahora, señor, que tomaseis nuestro consejo, a saber, que esta noche os procuraseis guardar. pues mayor peligro corréis en la de hoy, que en todo el
tiempo que permanezcáis en esta tierra; y si he de decir mi parecer, creo que
lo mejor sería vigilar, pues si les diésemos tiempo de sorprendernos, de nada
nos serviría ya cuanto hemos adelantado.
—Vosotros que sabéis más que yo, dijimos Nos, resolved lo que mejor os
parezca, y cuanto resolviereis, Nos lo haremos de buena gana. —Pues hacer armar
cien caballos esta noche. respondieron; y que avancen
todo lo posible las atalayas, a fin de que tenga tiempo de armarse la hueste,
antes que llegue el enemigo. —Muy bien decís, contestamos:—mas
acordándonos entonces de que aún no habíamos comido, añadimos: —Dejadnos corner antes, y
luego enviaremos mensaje a los ricoshombres para que cada uno haga armar la
tercera parte de su compañía, y envíen algunos peones por de fuera con el
objeto de escuchar y hacérnoslo saber luego que algo sepan. —Así lo hicimos:
después de haber comido enviamos nuestros porteros a cada uno de los
ricoshombres con la orden, mas no fue posible que enviaran a nadie adonde les
decíamos, pues todas las compañías, hombres y caballos estaban atropellados. tanto por el mareo, como por la batalla que se había dado;
Nos, sin embargo, nos dormimos confiado, por pensar que sin dificultad hubieran
cumplido.
Nuestras naves, entretanto, con trescientos caballeros v sus
correspondientes caballos que llevaban a bordo, llegaron al cabo de la Porrasa,
desde donde, durante la noche, descubrieron la hueste del rev de
Mallorca que se estendía por la sierra del puerto de Portupí. Don Ladrón,
ricohombre aragonés que había venido con Nos, no pudo menos de hacernos saber
tal noticia, y al efecto mandó, de acuerdo con los caballeros que llevaba en su
nave, que se nos enviase inmediatamente una barca, v se nos dijera que
estuviésemos prevenido, porque el rey de Mallorca con su ejército se hallaba en
la sierra del puerto de Portupí, donde tenía armadas sus tiendas. Llegó a Nos
tal mensaje sobre media noche, entrado ya el miércoles, y al punto lo
tramitimos a En Guillermo de Moncada, a don Nuño y a los demás ricoshombres del
ejército. Con todo. no nos levantamos hasta rayar el
alba, en cuya hora se levantaron también todos los demás: oímos nuestra misa en
nuestra tienda, y en ella hizo el obispo de Barcelona el siguiente sermón:
62*
(fol. 3? r "/v ")
—BARONES:
no es ésta
la ocasión más propia para entretenernos en un sermón largo, pues que ni tiempo
tuviera para ello; sólo debo deciros, que esta hazaña en que figuran el rey
nuestro señor v vosotros, es sólo obra de Dios, no nuestra; y con esto haced
cuenta que los que en ella murieren, morirán por nuestro Señor y alcanzarán el
paraíso, donde han de tener gloria
perdurable; asimismo los que quedaren con vida tendrán para ésta gloria y prez
y lograrán buena muerte en su fin. Ánimo por Dios, barones, que la única idea
que guía al rey nuestro señor, a nos v a vosotros, es destruir a aquellos que
reniegen del nombre de Jesucristo. Todos debéis v podéis pensar que Dios y su Madre no se apartarán de
nuestro lado en tal día, antes nos darán la victoria: v debéis estar íntimamente convencidos, de que todo lo
venceremos hoy; hoy, sí, que es el día señalado para dar la batalla. Animo,
pues, repito. y alegraos, que vamos con señor natural
bueno, sobre el cual, así como sobre vosotros, vela Dios, que es el que nos ha
de ayudar. —Con tales palabras dio fin a su sermón el obispo.
63*
(fol. 25 r "/v ")
ACABADA la misa, En Guillermo de Moncada comulgó; mas Nos y la mayor parte de
los nuestros no lo hicimos, porque comulgamos ya antes de entrar en la mar.
Estaba En Guillermo para tal acto puesto de hinojos en tierra; y mientras recibía
el cuerpo de su Criador, lloraba y las lágrimas le corrían por el rostro. Hecho
esto, discutióse sobre quién debía llevar la delantera, a lo que dijo En
Guillermo de Moncada: —Vos la podréis llevar, En Nuño. — Contestóle éste:
—Antes os toca a vos. —En Nuño, dijo entonces En Raimundo de Moncada, ya
conocemos por qué decís v
hacéis esto; sin duda que veis venir las
cuchilladas de los sarracenos que se albergan en la Porrasa. —Vaya, vaya!, replicó Guillermo de Montada; sea lo que fuere. —Es de
saber que éste v Raimundo de Moncada habían tratado va que Nos esperásemos
hasta que ellos hubiesen dado principio a la batalla, mas
a tal sazón llegó un hombre de los nuestros y nos dijo: —Ved, señor,
que todos los peones marchan ya, y se separan de la hueste con ánimo de irse.
—Al oír esto, cabalgamos en un rocín y En Rocafort vino con Nos; mas no teniendo el caballo, porque aún se lo guardaban
en la nave, tomó una yegua que por allí había, v en tal disposición nos
marchamos ambos. Pronto dimos con nuestros sirvientes, quienes iban en número
de cuatro a cinco mil, y apenas les divisamos, cuando nos pusimos a gritar:
—Traidores!, adónde vais por aquí? No veis que si
salen unos cuantos caballeros os van a matar a todos?
—Conmovidos con tan justas razones, se pasaron y dijeron: —Verdad es cuanto el
rey dice, pues vamos como si fuésemos orates. —Con esto, les entretuvimos hasta
que llegaron En Guillermo de Moncada, En Raimundo v el conde de Ampurias con
los demás de su linaje. Al verles, les dijimos: —Aquí tenéis a los sirvientes
que querían marcharse y a los cuales hemos detenido. —Respondiéronnos: —Muy
bien hicisteis; —v luego de habérselos entregado, marcháronse con ellos. Al
cabo de un rato percibimos gran ruido, lo que enviamos a noticiar por un
trotero a don Nuño, a fin de que apresurase lo posible su venida, pues temíamos
de seguro que los nuestros no hubiesen ya dado con los sarracenos. El trotero
no compareció por más que le esperamos, y viendo que se pasaba tanto tiempo,
dijimos a Rocafort: —Id allá, dadles prisa, y decid a don Nuño que mal haya su tardanza;
que no vale tanto su comida como el daño que podría habernos hecho, y que no
conviene vaya la vanguardia tan lejos de la retaguardia, que la una no vea a la
otra. —Señor, estáis aquí solo, respondiónos Rocafort,
y esto basta que no me aparte de vos por nada
del mundo. —Santa María!, esclamamos Nos mientras nos daba tal repuesta; pues
¿cómo don Nuño y los caballeros tardan tanto? ¡En verdad que no se portan corno deben! —Apenas acabamos de hablar, cuando oímos
gran ruido de golpes y gritería, lo que nos hizo esclamar de nuevo diciendo: —¡Ah, Santa María, ayuda a los nuestros, que según parece,
han dado ya con los enemigos! —A tal sazón llegó don Nuño y Beltrán de Naya con
él; y Lope
Giménez de Luciá
v don Pero Pomar con toda su compañía, y En Dalmacio y En Jazperto de Barberá,
quienes nos preguntaron admirados, cómo estábamos allí. —Estamos aquí, les
respondimos, por causa de los peones que he tenido que detener; pero démonos
prisa, por Dios, señores. pues parece que los nuestros
han empezado ya el choque. —No lleváis cota, señor?,
díjonos Beltrán de Naya. —No la tenemos aquí, le respondimos. —Pues tomad ésta,
—nos dijo; y dándonos la suya, nos la vestimos, así como nuestro perpunte, y
nos marchamos en seguida; dando órdenes, mientras íbamos atándonos la capellina
a la cabeza, para que se enviara un mensaje a don Pero Cornel, a don Gimeno
de Urrea y a En Oliver. con
el objeto de darles prisa, en razón de haberse empezado ya la batalla.
64*
(fol.
38 v ° - 39
r ")
LLEGADOS
al lugar del
choque, encontramos a un caballero a quien pedirnos nos esplicara de qué modo
había tenido lugar el suceso y qué había sido de los nuestros. —El conde de
Ampurias, nos contestó, y los del Templo acometieron a los de las tiendas, y En
Guillermo de Moncada y En Raimundo a los de la izquierda. —Y nada más sabéis?, le dijimos Nos. —Solamente que tres veces han vencido los
cristianos a los sarracenos, y tres veces los sarracenos a los cristianos. —Y
ahora, dónde se hallan? —En aquella tierra —nos dijo.
Y habiéndonosla señalado, nos fuimos. Encontramos por el camino a Guillermo de Mediona, de quien decían que no había en todo Cataluña
otro mejor que justar, siendo además buen caballero, el cual se retiraba de la
batalla, llevando ensangrentado todo el labio inferior. —Guillermo de Mediona, dijímosle al verle en tal estado, ¿cómo os
salís de la batalla? —Porque estoy herido— nos respondió; y de tal respuesta
habíamos llegado a creer que la herida de que nos hablaba fuese mortal o la
tuviera en otra parte del cuerpo; mas preguntándole para que nos dijera
claramente dónde estaba herido, nos contestó que sólo en la boca, de una
pedrada que le habían arrojado. —Al oír esto, tomamos su caballo de la riendas y dijimos al jinete: —Volveos a la batalla, que
un buen caballero por semejante golpe no debe acobardarse, ni menos abandonar
la lucha. —Volvióse Guillermo, y Nos estuvimos contemplándole largo rato, mas
al fin lo perdimos de vista.Al
llegar al estremo de la sierra, no venían ya en nuestra compañía más que doce
caballeros; v entonces la señera de don Nuño con Roldan Lay que la guardaba y sire Guilleumes, hijo del rey de
Navarra, junto con unos setenta caballeros pasaron delante de Nos. En lo alto
de la sierra, donde estaban los sarracenos, había gran multitud de peones, y
con ellos se veía una señera partida a lo largo de rojo y blanco, teniendo
clavada en el hierro de su lanza una cabeza humana o acaso imitada de madera. AI verlo, dijimos: —Don Nuño,
subamos a la sierra con esta compañía que pasa, sino van a vencerla, pues va
desbandada, y compañía que se desbanda en batalla, pronto es vencida. —No bien
oyeron estas razones don Pero Pomar y Ruy Giménez de Luciá, cogiendo las riendas de nuestro caballo y tirándolas con
gran fuerza, nos dijeron: —Hoy nos mataréis a todos, y vuestra impaciencia nos
llevará a mal fin. —Basta, basta, dijimos Nos entonces, que no soy león ni leopardo para
que así me pongáis freno; mas ya que tanto os emperráis en que me detenga, me
detendré; pero quiera Dios que no resulte en mal vuestro el haberme detenido.
65*
(fol.
39 r ")
ESTANDO en estas razones, llegó Jazperto de Barberá, y dijo a don Nuño que le
siguiera. —Voy a hacerlo, —respondió don Nuño; y Nos añadimos: —Pues va a la
batalla En Jazperto, también puedo ir yo. —Cómo! Vos?, replicó don Nuño; cierto que ya os ha pregonado todo el
mundo león de armas, mas pensad que en la batalla puede haber acaso otro león
igual.—No había tenido aún Jazperto tiempo de juntarse con aquellos setenta
caballeros, cuando los moros, moviendo gran gritería, empezaron a arrojar
piedras, avanzando algún tanto del lugar en que estaban. Al verlo los que
guardaban la señera de don Nuño, retrocedieron inmediatarnente, aunque sin
inmutarse, como un tiro de piedra largo hacia Nos; en cuya ocasión salieron
algunas voces que dijeron: —¡Vergüenza! —Los
sarracenos, sin embargo, no les siguieron y los nuestros se pararon; mas
llegando a tal sazón nuestra señera y meznada con cerca de cien caballeros o
más que la escoltaban, gritaron éstos —Ea! Ved aquí la señera del rey!— Bajamos entonces de la colina y nos reunimos con el
pelotón que circuía la señera, emprendiendo de nuevo la subida todos juntos.
Así que nos vieron los moros, echaron a correr; más de dos mil sarracenos iban
delante de Nos a pie huyendo, pero no pudimos alcanzarlos ni Nos ni los demás
caballeros, en razón de hallarse va en estremo fatigados los caballos, y hasta
los mismos jinetes. Concluida la batalla, fuimos bajando la colina, y al
hacerlo, acercóse don Nuño y nos dijo: —Buen día nos ha llegado a Vos y a nos,
pues todo es nuestro por haber vencido vos esta batalla.
66*
(fol. 39 r"/ v")
PASADAS tales razones, dijimos a don Nuño: —Sé que el rey de Mallorca está en
la montaña; de consiguiente, lo mejor sería que nos dirigiésemos a la villa, adonde
él no podrá llegar antes que nosotros. Si ahora queréis .verle, mirad donde hay
aquel pelotón, y le veréis vestido todo de blanco. Mucho alcanzarernos, don
Nuño, como le distraigamos de la villa.—Y dejábamos ya
la colina para entrar en el llano, cuando se nos presentó En Raimundo Alamañ y
nos dijo: —Señor, podremos saber qué resolvéis? —Marchar a la villa, le
respondimos, para impedir al rey que vuelva a ella. —Estoy viendo, replicó, que
vais a hacer lo que ningún rey hace después de vencer una batalla, pues allí
donde se venciere es preciso pasar la noche para saber qué es lo que gana o
pierde. —Sabed, Raimundo Alamañ, que lo que Nos decimos es lo que conviene.
—Dicho esto, nos fuimos bajando por la cuesta dirigiéndonos paso a paso hacia
el camino de la villa; y habríamos andado como una milla a lo más, cuando se
nos acercó el obispo de Barcelona, diciéndonos: —Señor, por amor de Dios no llevéis tanta prisa! —Porqué no, obispo? Cuanto más pronto despachemos, mejor. —Es que tengo que hablaros: —continuó el obispo; y llevándonos a un lado del camino, nos
dijo: —Ah. señor!, acabáis de sufrir una pérdida mayor de lo que os podéis figurar: Guillermo y Raimundo de Moncada
han muerto! —Qué decís!, muertos son? —le dijimos, y
al punto echamos a llorar: lo que conviene es sacar del campo los cadáveres
cuanto antes. —Está bien. —Esperadnos, le dijimos por último, que Nos
cuidaremos de ello.
67*
(fol. 39 v °/ 40 r")
FL-1_yios entonces pausadamente hacia la sierra de Portupí, desde donde vimos a
Mallorca, cuya villa nos pareció a Nos v a cuantos con Nos venían la más
hermosa de cuantas hubiésemos visto. En tal punto encontrarnos va a don
Pelegrín de Atrosillo. y preguntándole si había por
allí agua, a fin de podernos acampar aquella noche, nos contestó que sí. añadiendo, en prueba de ello, que él mismo había visto
entrar al viejo con veinte de a caballo que abrevaron sus caballerías, a
quienes él no se había atrevido a embestir por llevar solamente cuatro soldados
en su compañía. Con tal noticia pro-seguimos
adelante hasta que encontrarnos el agua, y Nos acampamos allí por aquella
noche. —Como hay Dios que tengo hambre.
dijimos a don Nuño, pues no he comido hoy. —Señor, nos
respondió, creo que En Oliver tiene va parada su tienda v ha arreglado comida: allí podréis desayunaros. —Vamos donde
quieras. le dijimos —y llegando a la dicha tienda, nos pusimos a comer. Viendo don Nuño que ya había anochecido cuando
nos levantarnos de la mesa, nos dijo: —Señor. ya que
habéis comido, bueno sería que fueseis a ver a En Guillermo de Moncada y a En
Raimundo. —Respondímosle que era bien pensado; y mandando encender varias
antorchas y velas, nos fuimos ante todo en busca de En Guillermo, a quien
encontramos tendido en tierra sobre un almadraque y tapado con una cubierta.
Largo rato nos estuvimos llorando sobre su cuerpo; lloramos no menos sobre el
de Raimundo, y luego nos volvimos a la tienda de En Oliver. donde
dormimos toda la noche y hasta que amaneció.
Entrada la mañana, nos aconsejaron que mudásemos de lugar; mas
teniendo intención de probar el modo como mejor sentaríamos el campamento, lo
pusimos por obra, después de vestirnos la loriga y el perpunte, colocando a un
lado de la azequia a los catalanes, y al otro a los aragoneses. Tan reducido
espacio ocupaba el campamento. que nadie hubiera
dicho se abrigasen en él más allá de cien caballeros, v de tal manera estaban
entrelazadas unas con otras las cuerdas que lo ceñían, que por espacio de ocho
días apenas hubo en la hueste quien pudiera mudar de lugar.
68*
(1 1. 40 r"/v")
POR la mañana. asentado ya el campamento,
reuniéronse los obispos y los nobles y vinieron a nuestra tienda, en cuya entrevista el obispo de Barcelona, Berenguer
de Palou.. nos hizo la siguiente
observación: —Señor, convendrá que demos sepultura a esos cuerpos muertos.
—Tenéis razón, le respondimos. —¿Y cuándo queréis que
lo hagamos?, continuó. —Ahora
mismo, o mañana por la mañana, contestaron algunos, o sino después de corner. —Valdrá más mañana por la manaña, dijimos Nos; pues así los
sarracenos no lo verán. —Bien pensado. respondieron
los nobles; v así, cuando estuvo ya puesto el sol, mandarnos traer algunas
telas anchas y largas v las hicimos colgar a la parte de la villa, a fin de que
los que había en ésta no viesen
el resplandor de nuestras luces cuando hiciésemos el entierro. Al dar sepultura
a lo cadáveres, todos los de la comitiva echaron a llorar gritando. y lamentándose de tal desgracia; mas observado por Nos,
mandámosles que callasen v escuchasen cierta cosa que queríamos decirles, v
habido por ello silencio, les hablamos de esta manera: —Barones, estos ricoshornbres que veis aquí muertos han
perecido en servicio de Dios y nuestro. Si nos fue-se posible recobrarlos, de manera que pudiésemos volverlos a la vida,
tanto daríamos de lo nuestro y de nuestras tierras para que Dios nos otorgara
esta gracia, que a buen seguro por loco nos habían de tomar cuantos supieran lo
que ofreceríamos. Pero ya que ha sido voluntad de Dios el que Nos y vosotros
le prestáramos un servicio tan señalado, por los mismo no conviene mostrar aquí
sentimiento ni derramar lágrimas: cierto es que el pesar es grande, mas ninguna
necesidad hay de que lo sepan los que pueden oírlo desde afuera: en fuerza,
pues, del señorío que tenemos sobre vosotros, mandamos que ninguno se atreva a llorar
ni a gemir, que aún cuando perezcan con aquéllos las ocasiones en que hubieran
podido haceros bien, Nos las sabremos suplir, otorgándoos lo que fuese
menester. Si alguno de vosotros perdiese el caballo u otra cosa, venga a Nos, y
se lo enmendaremos cumplidamente, sin que por esto os hagan falta vuestros se-ñores en lo más mínimo: de tal guisa serán los beneficios que os
hagamos, y cuyo valor fácilmente podréis conocer. Ved, con esto, que vuestro llanto
ahora sólo servira para desmayar al ejército, y que éste sería el único
provecho que sacaríais: así
pues, os mandamos por la naturaleza que sobre vosotros tenemos, que ceséis de
llorar: el mejor sentimiento que en tal
ocasión puede mostrarse será que Nos con vosotros y vosotros con Nos nos
lamentemos de tal pérdida, pero sirviendo debidamente a nuestro Señor en la empresa que hemos acometido, a fin
de que su nombre sea en todos tiempos santificado. —Al oír tales palabras,
procuraron todos disimular el llanto, aparentando serenidad, y pasaron en
seguida a sepultar los cadáveres.
69*
(fol.
40 v" - 41 r"/v")
OTRO día por la mañana reunimos
nuestro consejo con los obispos y nobles de la hueste, a fin de resolver la
descarga de los buques que estaban atracados. Enviamos a tal objeto un
trabuquete y un mandrón, para que se protegiera así el desembarque; mas apenas
observaron los sarracenos que arrastrábamos a tierra las embarcaciones,
diéronse también prisa en levantar luego dos trabuquetes y algunas algaradas.
En vista de tal novedad, los cómitres y pilotos de las naves de Marsella, que no serían más allá de cuatro o cinco, vinieron a
nuestra presencia y nos dijeron: —Señor, ya sabéis que hemos venido en vuestra ayuda para servir a Dios y a Vos: por esto,
pues, los hombres de Marsella que aquí estamos, nos brindamos a fabricar ahora
mismo un trabuquete, con las entenas y demás maderaje de las naves, lo cual ha
de ser en gran provecho de Dios y vuestro. —Así lo hicieron; y de modo se
dieron prisa, que antes que los sarracenos tuviesen arreglados los suyos, tuvimos
ya nosotros armados nuestros trabuquetes y el fundíbulo. Cuando lo estuvieron
todos los ingenios, hubo por nuestra parte, dos trabuquetes, un fundíbulo y un
mangano; y por la de los sarracenos, dos trabuquetes, catorce algaradas, y
entre éstas una, la mejor que llegaba a sobrepasar casi de cinco a seis
tiendas, penetrando por dentro la hueste: sin embargo, el trabuquete que
trajimos en la armada era superior a aquéllas, y alcanzaba mucho más lejos que
el mejor ingenio de los contrarios. Empezaron los nuestros a tirar contra los
de la villa, mas viendo la prisa que se daban los sarracenos, ofrecióse En
Jazperto de Barberá a dirigir la fabricación de un mantelete, con el cual
podría irse hasta la obra del foso, pesar de los ingenios y de las ballestas de
los de dentro. Y en efecto, hízose de forma dicho mantelete, que andaba en
ruedas v estaba cubierto con tres órdenes de tablas recias y de buena madera.
Empezó a moverse desde el punto donde había los trabuquetes, dándole empuje a
fuerza de palancas; y presentaba un aspecto tal, como si fuese una casa de las
que se cubren con tablas; teniendo sobre la madera una capa hecha de rama, y
sobre ésta otra de tierra, a fin de que ningún daño pudiesen hacerle las
piedras de las algaradas. El conde de Ampurias mandó hacer otro mantelete, que
fue acercando al foso, y puso dentro de él una compañía y minadores para que
penetrasen por la tierra y viniesen a salir
al mismo pie del foso; Nos hicimos lo propio con otra compañía nuestra y dando
principio con esto a las tres cavas,
tuvimos, que mientras el mantelete de En Jazperto avanzaba a flor de tierra los
otros dos iban minando por debajo.
En vista de tan favorables
adelantos, la hueste se dio por muy contenta; y bien puede decirse que nadie en
el mundo ha visto jamás unos soldados como los nuestros, que tan exactamente
cumpliesen lo que les predicaba cierto fraile predicador, doctor en teología y
llamado fray Miguel, el cual iba con la hueste, acompañado de otro fraile
llamado fray Berenguer de Castellbisbal. Cuando les perdonaba los pecados, para lo cual tenía poder de los
obispos, si les decía que era preciso traer piedras o maderas de un lugar a
otro, brindábanse a ello los caballeros, sin esperar que lo hicieran los
peones; a todo daban mano; y hasta delante de sí, sobre las sillas de sus
mismos caballos, llegaron a trasportar las piedras que eran necesarias para los
fundíbulos y trabuquetes, empleando asimismo en tal trabajo a todos sus
servido-res: otros para llevar piedras a los trabuquetes arreglaban con cuerdas
y maderas ciertos avíos a manera de parihuelas; y cuando les mandábamos que
fuesen a velar de noche los ingenios con los caballos armados, o a guardar de
día a los minadores, o a desempeñar cualquier otro oficio de la hueste, si les
maridábamos que fuesen cincuenta, iban ciento. Y para que sepan los que este
libro leyeren, cuan costoso fue este hecho de armas de Mallorca, baste decir de
una vez, que por espacio de tres semanas no hubo peón, ni marinero, ni ningún
otro que quisiese dormir con Nos en el campa-mento: sólo Nos, los caballeros y
los escuderos que nos servían éramos los únicos que dormíamos allí, que los
demás hombres de a pie y los marineros, lo único que hacían era venir muy de
mañana, dejando los barcos donde habían pasado la noche; siendo uno de los que
esto hacían el ya citado pavorde de Tarragona. Eso sí, de día estaban con Nos y
al llegar la noche, se recogían en la mar; por cuya razón hicimos abrir un foso
en torno de la hueste y levantar una empalizada, la cual tenía solamente dos
puertas, por las que nadie podía salir sin espreso mandato de Nos.
70*
(fol. 41 v"
- 42 r")
SIN
embargo tales prevenciones, sucedió aún lo que
no esperábamos: un sarraceno de la isla, que tenía por nombre Ifantilla, reunió todos los de la montaña, que serían como cinco mil
hombres, inclusos ciento de a caballo, y colocándose en una colina muy fuerte, que hay sobre la fuente de Mallorca, paró
allí sus tiendas en número de treinta a treinta y cinco y quizás cuarenta,
desde donde, enviando sus sarracenos con azadones, desvió el agua de la fuente
que iba a la villa, y la dejó correr por el torrente abajo, de manera que no
podíamos contar va más con ella. Viendo que tal privación había de ser
trascendental para la hueste, resolvimos que partieran allá uno o dos cabos con
trescientos caballeros, para que los combatiesen y recobrasen el agua;
nombramos jefe de tal compañía a don Nuño, quien se dispuso luego a cumplir; y
después de reunidos trescientos caballeros, entre suyos y los que los demás
ofrecieron, marchó hacia la colina, cuya posición, al parecer, trataban de
defender los sarracenos. Pero no bien llegaron los nuestros, cuando cantaron ya
victoria, posesionándose de la colina, y lo que es más, alcanzando a Ifantilla,
a quien dieron muerte, pereciendo a par de él quinientos de los suyos, y
viéndose obligados los demás a huir a la montaña. Apoderándose de todas sus
tiendas, saquearon enteramente su campamento, y por fin, nos trajeron al
nuestro la cabeza de Ifantilla, la cual mandamos poner en la honda del mandrón
v arrojar en seguida dentro de la plaza. Con esto conseguimos de nuevo el agua
que nos habían quitado, y de ello tuvo grande alegría nuestra hueste, pues
hubiera sido mucho el estorbo que tal falta nos hubiese ocasionado.
71*
(fol.
42 r"/v")
PASADO esto, un sarraceno de la isla, llamado Bean Abet, enviónos mensaje por otro sarraceno, el cual nos trajo una carta de
aquél, en la que nos decía, que, si quisiésemos, vendría a Nos para hacernos un
servicio, tanto, que él y los habitantes de una de las doce partidas en que
estaba dividida la isla, nos traerían para la hueste cuanto les fuese posible:
añadiendo aún más, que estaba seguro de que imitarían su ejemplo otros muchos,
como supieran que Nos le diésemos a 61 buen tratamiento. Consultámoslo con los nobles de la hueste, y
acordado unánimemente, mandónos decir el sarraceno que enviásemos algunos
caballeros a cierto lugar seguro, distante de la hueste como una legua, donde
nos prestaría homenaje para servirnos fielmente y sin engaño, de modo que,
desde entonces, podíamos contar ya con el gran servicio que nos prestaría. Al
efecto enviamos veinte caballeros, quienes le encontraron en el lugar señalado
con el presente ofrecido, el cual consistía en veinte caballerías cargadas de
avena, cabritos, gallinas y uvas, siendo singular el modo como conducían éstas,
pues las llevaban en sacos, y sin embargo salían enteras, y sin estar
machacadas. Tal fue el regalo, que partimos con todos los nobles de la hueste,
y que nos trajo aquel ángel de Dios; y no se estrañe que así le tratemos, aún
cuando era sarraceno; pues nos sacó de tal apuro, que por ángel le tomamos, y
sólo a un ángel le podemos comparar. Lo primero que hizo al llegar, fue
pedirnos que le prestásemos un pendón, nuestro, con el objeto de que, si viniesen mensajeros suyos a la hueste, los nuestros no los
maltratasen. Consentimos en ello, v a poco enviónos ya otros mensajes, para decirnos que dos o tres partidas más querían
imitar su ejemplo, y que así contásemos ya en que no se pasaría ninguna semana,
sin que nos enviase provisión de avena, harina, gallinas, cabritos y uvas, con
lo que reforzaría la hueste. Hízolo como lo prometió; y tal fue el resultado,
que antes de quince días todas las partidas de Mallorca que se hallan situadas
al otro lado de la ciudad y frente de Menorca, las tuvimos a nuestro servicio y
nos prestaron obediencia, por cuyo motivo pusimos toda nuestra confianza en el
sarraceno, pues conocimos que era hombre de toda verdad. Una de las cosas que nos pidió, fue que nombrásemos
dos bailes cristianos que rigiesen por Nos aquellas partidas que estaban a nuestro
servicio; y creyendo su consejo, nombrámoslos en efecto, y fueron los tales, En Berenguer Durfort
y En Jaime Sans, ambos de nuestra casa y hombres
entendidos en el negocio.
72*
(fol.
42 v" - 43
r")
PARA que sepan los que este libro leyeren cuántas son las partidas que hay
en Mallorca, les diremos que son quince: la primera Andraix y las demás Santa
Ponza, Buñola, Soller, Almerug y Pollenza, cuyos nombres son los de las
montañas que miran a Cataluña. Los de las que se hallan en el llano son
Montverí, Canarrossa, Inca, Piedra, Muro y Felanitx donde hay el castillo de Santverí; y además, Manacor
y Artá; contándose en el término de la ciudad
quince mercados, tres más que antes, pues los sarracenos sólo tenían doce.
Pero
volvamos a la relación anterior. Diéronse prisa en adelantar las cavas los que
las hacían, por los tres puntos ya citados; de manera que tanto los que
trabajaban por encima como los que minaban por debajo, vinieron a salir todos
al foso. Acudieron a las cavas los enemigos, mas defendiéndolas bien los
nuestros, tanto por encima como por debajo, lograron apartar de tal punto a los
sarracenos, no sólo una sino muchísimas veces. Entonces fue cuando los
minadores bien prevenidos pasaron con los picos a las torres, y las empezaron a
cavar, a pesar de los sarracenos que no podían defenderlas: apuntalaron una de
ellas, v cuando fue ocasión, pegaron fuego a los puntales hasta que vino abajo.
cuyo trastorno
hizo que los sarracenos saliesen a toda prisa. Del mismo modo destruyeron otras
tres torres a la vez; mas antes de
conseguirlo en la primera, díjonos el pavorde de Tarragona: —Señor, queréis que
hagamos una cosa muy convenien-te? —No tenemos
dificultad en ello. le respondimos. —Pues e(ntonces, continuó él, lo que debe hacerse es atar una
gúmena a los puntales que sostienen la torre; tirarán de ella los que se hallen
dentro de la mina v faltándole entonces los estribos, tendrá que venirse abajo
precisamente. —Púsose por obra el proyecto; y al arruinarse la torre, cayeron
con ella tres sarracenos, de los cuales salieron a apoderarse los que estaban
en las minas.
73*
(fol. 43
r ^/v "
VINIERON después de esto dos hombres de Lérida. el uno
llamado En Prohet v el otro en Juan Xixó, con otro compañero suyo, y nos dijeron:
—Señor, si nos dais permiso, os prometemos cegar todo el foso a fin de que
puedan avanzar los caballos armados. —Está bien. les
respondimos, pero ¿ya estáis seguros de que pueda conseguirse? —Sí señor,
dijeron ellos, con tal que Dios nos ayude y que vos nos hagáis guardar.
—Respondímosles que nos placía sobremanera y hasta se lo agradecíamos, de modo
que podían ya desde entonces dar principio a su trabajo. para
lo que les daríamos la guardia correspondiente. Con esto empezaron a rellenar
el foso. v lo hicieron de esta manera: primero
entendiendo una capa de leña, v luego esparciendo por encima otra de tierra. Al
cabo de quince días que se estaba haciendo tal maniobra v que el foso se iba llenando, los
sarracenos ya no podían defenderse, y con ello conocieron los de la hueste cuan
poco faltaba para vencer.
Un domingo. nos habíamos vestido y engalanado
tal cual, procurando desocuparnos de todos nuestros quehaceres: mientras nos
aderezaban la comida que habíamos ordenado, nos entreteníamos en mirar cómo
tiraban los ingenios. estando en nuestra compañía el
obispo de Barcelona, En Carroz v otros caballeros; cuando advertimos que salía
una grande humareda del foso por una cava que los sarracenos habían abierto por
debajo de los materiales hacinados. El verlo, pesónos mortalmente, pues
mirábamos va como perdido todo nuestro trabajo y como inútil el tiempo que
había-mos esperado: tal era la confianza que habíamos tenido de ganar la villa
por tal medio, y tal el sentimiento que nos causaba la pérdida de un hecho tan
interesante, en menos de una hora. Todos los que estaban con Nos permanecían
callados, v Nos mismo estuvimos largo rato meditando, hasta que al fin nos envió
Dios el acertado pensamiento de hacer que el agua volviese a correr hacia el
foso. Para realizarlo, mandamos armar cien hombres con escudos, lanzas v demás
arneses correspondientes, quienes debían ir con azadores y cuidando de que los
sarracenos no les viesen, al punto donde el agua tenía menor elevación, y desde
allí soltarla. a fin de que, corriendo hacia el foso,
lo llenase apagando al mismo tiempo la leña encendida. Llevado a cabo tal
pensamiento, consiguióse va que los moros no volviesen a aquel paraje: lo que
hicieron fue solamente venir a las minas de debajo que antes hemos citado, v
abriendo hacia afuera una en la misma dirección que otra abierta por los
nuestros hacia adentro. de manera que por esto, y por
ser además aquélla muy baja, vinieron a toparse unos v otros dentro de la misma
cava. Al principio los sarracenos rechazaron a los nuestros; mas llegada a Nos
la noticia por un mensajero de que los nuestros habían sido echados afuera,
enviamos al punto a dicha cava una ballesta de torno, la cual obró de manera,
que al primer golpe que dio a dos sarracenos escudados que iban delante, los dejó
muertos, partiéndoles los escudos; lo que, visto por los demás, les obligó a
abandonar el puesto. Tal fue el resultado de las cavas que hicieron los
sarracenos debajo de tierra al rellenarse el foso.
74*
(fol. 43 v °-44 r")
VIENDO los
moros que no podían defenderse, enviáronnos un mensaje diciendo que tenían que
hablarnos, y que lo harían, corno les enviásemos de nuestra parte un mensajero.
que mereciese de Nos toda confianza. Consultárnoslo
con los obispos y nobles de la hueste, v, supuesto que tal concesión no
podíamos dejar de hacerla a los enemigos, ya que nos querían hablar, por ser
antes bien una cosa muy útil, enviámosles a don Nuño con diez caballeros y con
ellos a un judío de Zaragoza llamado Baln Hel, el cual como buen trujamán sabía
hablar el algarabía. Al llegar don Nuño, dijéronle los sarracenos qué quería y
si tenía que decirles algo; a lo que contestó don Nuño: —Por nada de eso vengo.
Lo que hay es que vosotros enviasteis a decir a mi señor, el rev, que enviase aquí un mensajero de su confianza, y por ello me ha
escogido a mí; debiendo deciros además, que soy pariente suyo. Para esto, pues,
queriendo honraros demasiado, me ha enviado aquí, siendo mi único objeto el
escuchar cuanto tengáis bien decirme. —Respondióle el rey de Mallorca, que nada
tenía que decirle, pudiéndose volver de consiguiente; con cuya respuesta don
Nuño se volvió a Nos. A tal sazón, mandamos reunir todo nuestro consejo de
obispos y nobles, a presencia del cual vino don Nuño, para darnos relación de lo ocurrido; y aún no había dado principio su
discurso, cuando empezó a sonreírse; mas observándolo Nos, dijímosle qué motivo tenía
para reírse entonces, a cuya pregunta nos contestó don Nuño, que razón le
sobraba para ello, pues que el rey de
Mallorca nada le había dicho, y sí antes bien preguntado, qué era lo que se le
ofrecía. Añadió a tales palabras don Nuño: —Yo le dije que me maravillaba
sobremanera de ver que un hombre tan sabio como él, después de haberos enviado
un mensaje para que le trasmitieseis un mensajero de vuestra confianza, viniese
entonces preguntándome qué era lo que se me ofrecía. A esto tuve por
conveniente responderle, que pues había enviado por nos, nada le diríamos si él
no hablaba primero. —Esta fue la relación de don Nuño, en vista de la que, dijo
nuestro consejo: —Tiempo vendrá, en que él mismo querrá hablarnos de grado, sin
que le preguntemos.— Y hecha tal contestación,
marchóse cada cual a donde le plugo.
75*
(fol. 44 r "/v ")
ALGÚN tiempo después de habernos separado del consejo, don Pero
Cornel, que era uno de los que habían asistido, nos dijo: —Os participo cómo Gil de Alagón. a quien llaman por otro nombre Mahomet, me ha enviado por dos veces un mensaje, diciéndome que quería hablar conmigo. Si vos lo permitís,
accederé a su petición, y quién sabe si por tal medio podremos descubrir algo que nos sirva de provecho. —Pláceme, —le
respondimos; y marchando en seguida, volvió a comparecer al día siguiente de
mañana, diciéndonos todo cuanto le había dicho Gil de Alagón, el cual había sido antes cristiano y caballero, y luego se había hecho
sarraceno. Lo que éste le había propuesto era que trataría con el rev de Mallorca y con todos los jeques de la villa de la tierra, para que
se nos abonara a Nos y a todos los ricoshombres el gasto que pudiésemos haber hecho
en la espedición dejándonos retirar libremente y sin hacernos daño, cuya
promesa debíamos estar seguros nos atenderían con toda formalidad. Oídas tales
razones, dimos al que nos hablaba la siguiente contestación. —Nos maravillamos de sobremanera, don Pero Cornel, cómo
llegáis a hablar siquiera de tal convenio; pues a Dios tenemos hecha promesa, por la fe que nos ha dado y defendemos,
de que, aun cuando nos dieran toda la plata que pudiera caber desde aquella
montaña hasta donde está la hueste, no otorgaríamos convenio alguno sobre
Mallorca, si no ganamos la villa; así como de no volver a Cataluña, si no
pasamos primero por aquélla. Por lo mucho que os queremos, pues, os mandamos
que nunca jamás os atreváis a hablarnos de tal asunto.
76*
(fol.
44 v
"-45 r")
MAS adelante, volviónos a enviar otro mensaje el rey de Mallorca,
diciéndonos que le enviásemos a don Nuño y que esta vez le
hablaría. Se lo enviamos en efecto, y salió dicho rey a la puerta de Portupí,
donde hizo parar una tienda y poner los correspondientes asientos para él y don
Nuño. Compareció éste y, hecha suspensión de armas por ambas partes, acercóse el rey de Mallorca y ambos se metieron en la tienda;. llevando consigo el rey por intérpretes a
dos de sus jeques, yendo don Nuño
acompañado del alfaquí que le servía de trujamán, y quedando afuera los
caballeros de don Nuño, los cuales estuvieron juntos con los sarracenos
mientras duró la entrevista. El primero que en ésta habló fue don Nuño, el cual
preguntó al rey, le dijese el motivo porqué le había enviado a buscar; a lo que
contestó éste con las siguientes razones: —Os he mandado a buscar para deciros,
que me admira el ver que, sin haber hecho tuerto alguno a vuestro rev, se encone éste conmigo de tal manera, que quiera quitarme el reino que
Dios me ha dado. Yo creo que lo mejor que pudiereis hacer sería que le
aconsejaseis no quiera despojarme de mis tierras; y si para tal empresa han
tenido algunos gastos tanto 61 como los
demás nobles de su hueste, yo y mi gente se los abonaremos, no exigiendo por
consiguiente más condición, que la de que reembarque con todos los suyos, lo
cual podréis efectuar con toda paz y quietud; y en vez de inquietaros con los
nuestros, os otorgarán antes bien, si esto hacéis, todo favor y
amistad. Vuélvase, pues, el rey, que aun cuando sea grande la suma que hayamos
de recoger para satisfacerle, en su poder la tendrá antes de cinco días; y
entended al mismo tiempo, que, gracias a Dios, estamos bien abastecidos de
armas, víveres y cuanto sea menester para defender la ciudad. Esto no lo
pongáis en duda; y para que os convenzáis, si os place, puede vuestro
señor enviar a la ciudad a dos o tres hombres de confianza, los cuales,
os lo aseguro con mi cabeza. no recibirán ningún daño
ni insulto, y les mostraré claramente los víveres v armas que tenemos, del
mismo modo que os digo; y si así no fuere, facultad tenga vuestro señor para
desentenderse del convenio que os hablo. Además: conviene que sepáis, que
ningún temor ni perjuicio nos causa el destruir nuestras torres, pues cabalmente
por tal parte es imposible que se verifique la entrada en la ciudad.
77*
(FoI. 45r"/v")
O1Dns tales
palabras, respondió don Nuño de esta manera:.—Decís
que ningún tuerto hicisteis jamás a nuestro rev,
como si tuerto no fuese el que cometisteis al
aprestarle una tarida de su reino cargada de géneros de mucho valor, propios de
los mercaderes que los conducían. Entonces nuestro rey os envió mensaje,
suplicándoos con mucho amor, por conducto de un hombre de su casa, llamado En Jacques, que devolvierais la tarida, a lo que vos contestasteis preguntando con
mucha soberbia y dureza que ¿quién era aquel rey que tal tarida os pedía?» y
habiéndoos contestado el hombre que dicho rey era hijo del que venció en
batalla a la hueste de Úbeda, vos le despedisteis de mala manera, diciéndole irritado, que a no
haber sido mensajero. cara le hubiera costado tal
palabra. A esto replicó el mensajero, manifestándoos que podíais obrar con 61 corno quisierais, pero que os acordarais que había ido fiado en
vuestra palabra; y que en cuanto al nombre de su señor, no había en el mundo
quien lo ignorase, y todos saben cuan poderoso y grande es entre los
cristianos; no debiendo por lo mismo desdeñaros vos de saberlo. Tal fue la
contestación que dio a vuestras altaneras palabras. Por lo mismo os digo yo
ahora, que es el rey nuestro señor muy joven, pues sólo cuenta veinte v un
años; v siendo esta hazaña la primera de importancia que ha comenzado, es su
voluntad e intención no abandonarla por nada del mundo; de manera, que no
marchará de aquí hasta tanto que tenga en su poder el reino y tierra de
Mallorca. Si nos le aconsejásemos lo contrario, sabemos de cierto que ni
siquiera nos escucharía; de consiguiente podéis hablarme de otro asunto si os
place, que en cuanto a éste, nada conseguiréis, puesto que no he de dar tal
consejo a quien decís.
78*
(fol.
45 v "-46 r"/v")
DESPUIa de haber escuchado el rey de Mallorca cuanto dijo don Nuño,
respondióle. —Pues no os conformáis con lo que os he dicho, oíd ahora lo que quiero hacer. Decid a vuestro rey que
desocuparemos la villa, y como con sus naves y leños nos pase a Berbería, sin
hacernos daño alguno, le daré por cada cabeza, ya sea de hombre, mujer o niño,
cinco besantes; y si alguno prefiere quedarse en la isla, pueda hacerlo.
Enterado don Nuño de cuanto el rey le dijo, volvió a Nos muv alegre,
guardando por de pronto el secreto, que sólo él y el alfaquí sabían: díjonos,
no obstante, al oído, que nos traía buenas nuevas; y respondiéndole Nos que
mandaría-mos llamar a los obispos y nobles pues valía más que se esperase a
revelar la noticia a presencia de éstos, túvolo por acertado, v así lo hicimos
en efecto. Sin embargo, mientras éstos iban compareciendo nos hizo ya relación
de cuanto le había sucedido. Reunidos luego todos los del consejo, empezó a
esplicar don Nuño el diálogo entre él y el rey de Mallorca, y en suma nos vino
a decir: que éste entregaría la villa, y nos daría por cada persona que en ella
se hallase cinco besantes, lo que quedaría cumplido antes de cinco días; que
Nos le hiciésemos pasar a Berbería a 61,
a los de su linaje y a todos los hombres y
mujeres de su casa; y finalmente, que las naves v leños en que les
embarcásemos, debiesen atracar hasta dejarlos en tierra, lo cual nos
agradecerían sobremanera.
El consejo de ricoshombres en que tal noticia se hizo saber no era
completo entonces: faltaba el conde-de Ampurias, el cual no había asistido a ninguno, por hallarse en una cava, de la
cual había jurado que jamás saldría, hasta que la villa fuese nuestra. Del
linaje de En Guillermo de Moncada, había En Raimundo Alamañ. En Geraldo, hijo
de En Guillermo de Cervelló y sobrino de En Raimundo Alamañ; y con éstos además
En Guillermo de Claramunt, el obispo de Barcelona, que nos servía de consejero, el de Gerona, el
pavorde de Tarragona y el abad de San Felío. Por instancia de todos, el obispo
de Barcelona había de ser el primero que mostrase su opinión, y la espresó en
efecto, diciendo: que pues en la isla habían sufrido y perecido tantos nobles y
buenos, preciso era vengarles, que en buena era la venganza cuando con ella se
servía a Dios; y así, que hablasen de tal negocio los ricoshombres, como más
esperimentados que él en hechos de armas. —Con tal motivo, cedió la palabra a
don Nuño, el cual habló de esta manera. —Barones, hemos venido aquí para servir
a Dios y a nuestro rey que está presente, y con él todos unidos hemos resuelto
tomar Mallorca; de consiguiente, me parece que quedará cumplido tal objeto,
como nuestro rev admita la proposición que le hace el de Mallorca. Disimulad que sea tan
lacónico. pues no soy más ahora que el portador de la
noticia, sobre la cual debéis dar vuestro consejo.
En Raimundo Alamañ fue el primero que a tales palabras contestó
diciendo: —A tal tierra pasasteis, señor, acompañado de nosotros, para servir
a Dios y en
ella han perecido sirviéndoos tales vasallos, que mejores no los podía haber
rey alguno. Ya, pues, que Dios os ha dado ocasión para vengarlos, hacedlo, y
así alcanzaréis toda esta tierra; porque me parece, que tan astuto como es el
rey de Mallorca v con el conocimiento que tiene de la isla, si llegásemos a
pasarlo a Berbería, de allí mismo sabría luego volver con grande ejército de
sarracenos, y quién sabe si lo que ahora ganasteis con la ayuda de Dios v
nuestra. lo perdierais en un instante, no pudiendo
permanecer vos siempre aquí. Aprovechad la ocasión, repito, y vengaos: así
seréis dueño de la tierra y no tendréis que temer a Berbería.
A tal razón v casi a una voz esclamaron a la par En Geraldo de
Cervelló y En Guillermo de Claramunt: —Señor, por Dios os suplicarnos que os acordéis de En Guillermo de
Moncada, que tanto os amaba y servía, así corno de En Raimundo y de los demás
ricoshombres que murieron con ellos en el campo de batalla.
79*
(fol.
46 v"-47r")
OÍDO tal consejo, respondimos de ese modo: Ningún parecer podemos dar
acerca de la muerte de los ricoshombres; pues si murieron, Dios lo dispuso así
y su voluntad se ha de cumplir. La idea de venir y conquistar esta tierra
sabido es que Nos la hubimos, y parece ya que Dios ha querido satisfacer nuestra
voluntad, aun cuando sea por ese tratado, pues si bien se mira, ya queda
cumplido el objeto ganando yo la tierra; además de que así adquirimos unos
bienes que nos parece muy útil tomar; y por lo que toca a los valientes que han
perecido, nada debemos decir, pues algo tienen que vale más que la tierra que
Nos deseamos, y es la gloria de Dios. Éste es mi parecer; salvo, sin embargo,
lo que tengáis a bien aconsejarme.
No bien acabamos de hablar Nos, cuando todos los del linaje antes
citados y los obispos dijeron a una voz, que valía más tomar la villa a fuerza
de armas, que consentir aquel tratado; y con tal motivo enviamos mensaje al rey
de Mallorca, diciéndole que obrase como pudiese, que Nos haríamos lo mismo; lo
cual, sabido por los sarracenos, produjo en ellos grande espanto, pues
penetraron luego nuestros intentos; mas notando el rey de Mallorca la situación
de los suyos, reunió consejo general para hablarles, y en su algarabía les dijo
lo siguiente: —Barones, bien sabéis que por espacio de cien años ha poseído el
Miramamolin esta tierra, queriendo que yo fuese señor de ella; y que la ha
tenido todo ese tiempo, a pesar de los cristianos, sin que jamás se hubiese
atrevido nadie a invadirla, hasta ahora. Aquí tenemos a nuestras esposas, hijas
y parientas; pero sabed que los contrarios nos exigen que les cedamos la
tierra, pasando por consiguiente a ser sus cautivos; y sin esto, aún
otra cosa peor exigen, tal es, que por ley de cautividad nos guardarán nuestras
esposas en rehenes en caso de que queramos sacar algo. ¿Quién nos dice que no
las forzarán cuando estemos en su poder, y que no harán de ellas cuanto les dé
la gana? ¡Primero que daros esta noticia y Ilamaros a
mi presencia para haceros saber cosa tan dura contra nuestra ley, hubiérame
valido más perder la cabeza! Veamos, pues, qué os parece debemos hacer en este
trance: mostrad cada cual vuestra opinión. —La contestación que dieron a tales
palabras, fue gritar a una voz todo el pueblo, diciendo que antes preferían la
muerte, que tal deshonra; en vista de lo que el rey les dijo: —Ya, pues, que
descubro en todos vosotros tan buena voluntad, resolvamos el mejor modo de
defendernos, de manera que cada hombre valga por dos. —Y en efecto, después
que, despedido el concurso, volvieron todos a la muralla, no cabe duda de que
valía entonces por dos cada uno de los sarracenos.
80*
(fol.
47 r"/v ")
AL cabo de algunos días dijimos a
don Nuño: —Parece que nuestros ricoshombres no quisieran ahora habernos dado el
consejo que antes nos dieron, pues ahora quieren el tratado que antes
rehusaban. —Y luego, llamando a los que antes nos dieran tal consejo,
dijímosles asimismo: —¿Qué decís ahora? No hubiera
valido más aceptar antes el tratado a buenas, que no ahora que se defienden? —Y al oír tales palabras, callaron todos y se avergonzaron
de lo que habían dicho. Llegada la noche, vinieron dos de los que habían dado
tal consejo, a saber, el obispo de Barcelona y Raimundo Alamañ, y nos dijeron: —Porqué no accedéis al tratado que el otro día se
os propuso? —A lo que contestamos. —Hubiera
valido más que antes lo otorgarais, y no querer ahora que sea yo quien lo haga:
y en verdad os digo, que no me parece bien tal cosa, y antes debería
considerarse como una flaqueza por mi parte. Sin embargo, si lo vuelven a
proponer, lo otorgaremos, ya que os parece bien. —Respondiéronnos que quedaban
contentos, y que harían acceder a aquéllos que antes rehusaron la capitulación. —Siendo así, pues, en caso de que nos
envíen mensaje, accederemos, les contestaremos; mas cuanto hagamos, lo
haremos ayudado de vuestro consejo. —Y dada tal contestación, nos separamos
unos de otros. Dios nuestro señor, que guía por buen camino a los que siguen su
ley, quiso entonces que los sarracenos no lograsen aquella vez lo que habían
ideado de la manera que propusieron; antes sugirió mejor remedio. Sin embargo
de que los moros habían cobrado valor por las palabras de su rey, quiso Dios
entonces que por él lo cobraran los cristianos, y dispuso que, a medida que
éstos ganaban en fortaleza, aquéllos se fuesen debilitando: así fue que, hechas
las cavas, desamparándolas todas al fin, a escepción de la que se iba sobre
tierra; mas en ella aprontamos tal refuerzo, que a pesar de la resistencia, se
llevó a cabo.
81*
(fol.
47v-48r")
CUATRO días antes de embestir la
ciudad, tuvimos por conveniente Nos con los nobles y obispos reunir consejo
general, con el objeto de que todos jurasen sobre los santos evangelios y la
cruz de Cristo, que al entrar en Mallorca, cuando se asaltase, ningún
ricohombre, ni caballero, ni peón, ni nadie, cualquiera que fuese, volvería
atrás, ni se pararía, a menos de recibir golpe mortal. En este caso, el
pariente o cualquiera otro de la hueste que fuese más cerca del herido, debía
arrimarle a su lado; y no sucediendo tal cosa, debían proseguir siempre
adelante, entrando a viva fuerza, y sin volver atrás nunca ni la cabeza ni el
cuerpo; pues quien lo contrario hiciese, sería tratado como desleal, lo propio
que el que mata a su señor. En tal jura quisimos Nos jurar como los demás, pero
los nobles no lo permitieron: sin embargo les dijimos, que aún cuando no
habíamos jurado, cumpliríamos por nuestra parte lo mismo que si hubiésemos
prestado el juramento. Concluida tal ceremonia, hiciéronse a un lado con Nos
los obispos y nobles y en tal ocasión uno de nuestra compañía, cuyo nombre no
recordamos, dijo las siguientes palabras: —Señores, de nada servirá cuanto
hemos hecho, si no hacemos antes otra cosa. El haber despreciado ahora los
sarracenos el tratado que antes ofrecían a nuestro rey, algún objeto puede tener:
¿quién nos dice que a la menor ocasión no puedan entrar en la ciudad mil o dos
mil o tres mil y quizás hasta cuatro y cinco mil hombres, con cuya ayuda,
estando bien provistos de víveres, como están, podrían fácilmente estorbarnos
la entrada y hacer más difícil la toma de la ciudad? Soy de parecer, pues, que
antes que todo evitemos que nadie absolutamente pueda acercarse a aquélla.
—Feliz idea! —repusieron todos a una, y en seguida se
mandó poner por obra lo que había dicho.
82*
(fol.
48 r "/v ")
EL día siguiente, los bailes que
habíamos puesto en las partidas de Mallorca, llamado el uno Jaques y el otro Berenguer Dufort, vinieron a nuestra presencia para decirnos, que no se veían
seguros en sus distritos, por temor de que los sarracenos no les tendieran
algún lazo. Al verles venir, dijimos a los del consejo: —Con esto conocemos que
es mejor el medio que hemos adoptado últimamente. —Y dimos en seguida orden
para que se pusieran tres atalayas, la una en los ingenios y en la estacada; la
otra frente de la puerta de Barbelet, junto al castillo que dimos a los del
templo; y la tercera, frente a la puerta de Portupí, cada una compuesta de cien
caballos armados. Cuando tenían lugar tales sucesos, nos hallábamos entre
Navidad y principios de año; y era tal el rigor de la estación, que los que
estaban en el campo raso, apenas habían rondado una o dos leguas, ya tenían que
retirarse a las tiendas y barracas para hacerse pasar el frío, aunque dejando
algunos escuchas por si los enemigos avanzaban hacia la hueste.
Por la noche enviamos un mensaje allá donde habíamos colocado a los
que debían vigilar, para ver si estaban en sus puestos, y respondiéndonos que
no, nos levantamos. les reprendimos de que hubiesen
abandonado sus puntos, y mandamos relevarlos por algunos ricoshombres y otros
de nuestra meznada. Así continuamos por espacio de cinco días, de modo que
durante los tres últimos ni siquiera pudimos dormir un solo instante, porque
para cuanto se necesitaba para las zanjas y minas que debían facilitarnos la
entrada en la ciudad venían a pedirnos consejo, a todo debíamos atender, y no
se hacía en la hueste cosa que valiese doce dineros, sin que viniesen a
pedírnoslo. Con sesenta mil libras que nos prestaron algunos mercaderes que
llevaban su caudal en la hueste, con obligación de reintegrárselas luego de
tomada la ciudad, nos procuramos todo lo necesario para nuestro servicio y el
de nuestro ejército, pues se acercaba ya el momento de que fuese entrada la
plaza. Estuvimos así tres días y tres noches continuas sin pegar los ojos,
porque lo estorbaban los mensajeros que venían a cada instante a consultarnos;
y aun cuando intentásemos una que otra vez conciliar el sueño, tampoco era
posible, por ser éste tan lijero, que oíamos a cualquiera que se acercase a
nuestra tienda.
83
(fol.
48 v °-49 r
LLEGÓ en esto la noche anterior a la víspera de año nuevo, y
resolvimos que al amanecer del día siguiente oyese misa toda la hueste, y
recibiésemos el sagrado cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, armados va y
dispuestos a comenzar la batalla. Dada la orden, se presentó en las primeras
horas de aquella misma noche Lope Giménez de Luciá; mandónos llamar, pues nos habíamos acostado, y nos dijo:
—Señor, vengo de la mina, donde he mandado a dos de mis escuderos que por ella
entrasen en la villa: lo han verificado y habiendo visto a muchos sarracenos
muertos por las plazas, y abandonada del todo la muralla desde la quinta hasta
la sesta torre, sin un solo centinela que la guardase; me han aconsejado que
mandásemos armar la hueste, porque nos apoderaríamos fácilmente de la ciudad,
no habiendo quien la defendiese y pudiendo entrar en ella más de mil de los
nuestros antes de que lo adviertan los sitiados. —¿Y
vos, don Lope, a quien los años deberían hacer
más cauto, sois el que venís a darnos el consejo de que entremos en la ciudad
de noche, y siendo ésta tan oscura? ¿No veis que muchos de nuestros hombres ni
aun en mitad del día se avergüenzan a veces de mostrarse cobardes? ¿Cómo
queréis, pues, que los metamos de noche dentro de la plaza, cuando ninguno
tendrá el freno de que vean los demás lo que él haga? Si los de la hueste
entrasen en la ciudad y fuesen después rechazados, ya nunca jamás podríamos
apoderarnos de Mallorca. —Conoció entonces que teníamos razón, y no insistió en
su proyecto.
84
(fol.49r°/v0)
No bien empezó a alborear, cuando determinamos oír las misas y recibir
el cuerpo de Jesucristo, dando a todos orden de armarse de todas las armas que
debían llevar en la batalla; y luego después, siendo ya día claro, nos
ordenamos al frente de la plaza, en la llanura que había entre ésta y nuestro
campamento. Acercándonos entonces a los infantes, que se hallaban colocados delante de los caballeros, les dijimos: —¡Adelante, barones, pensad que vais en nombre de nuestro Señor Dios! —Mas
a pesar de que todos oyeron nuestra voz, no se movieron por ello ni infantes ni
caballeros. Sorprendió-nos en gran manera el
ver que así despreciasen nuestras órdenes; y encomendándonos a la Virgen,
dijimos: —Madre de Dios nuestro Señor, Nos hemos venido a esta tierra, a fin de
que en ella se celebrase también el sacrificio de vuestro Hijo; interponed,
pues, para con él vuestros ruegos, para que no recibamos aquí ninguna deshonra
Nos ni alguno de los que a Nos sirven por amor de Vos y de vuestro amado Hijo.
—Terminada nuestra oración, gritámosles nuevamente: —Adelante, pues, en nombre
de Dios; ¿porqué vaciláis?— y la tercera vez que les repetimos la misma voz,
comenzaron a moverse al paso. Así que hubieron emprendido todos la marcha,
caballeros y sirvientes, y estuvieron ya cerca del foso donde se había abierto
el paso para entrar en la ciudad, empezó toda la hueste a esclamar a una voz:
Santa María! Santa María!
85
(fol.
49 v 0-50 r °)
PRESENTÓSE en seguida el rey de
Mallorca, llamado Jeque Abohibe, y poniéndose al frente a los suyos montado en
un caballo blanco, les gritó: Roddo, que es
como si dijéramos: Alto! Había a la sazón como
unos veinte o treinta de los nuestros, sin contar a los sirvientes que se
hallaban entre ellos, que embrazando sus escudos se habían parado delante de
los sarracenos; y éstos a su vez les estaban esperando cubiertos con sus
asargas y desnudas las espadas, sin que ni unos ni otros se atreviesen a dar la
acometida. Llegaron entonces los primeros de los nuestros que habían entrado
con sus caballos armados y arremetieron contra los enemigos; pero eran éstos en
tanto número, y tal la espesura de las lanzas que a los nuestros se oponían que
encabritándose los caballos por no poder pasar adelante, obligaron a los
caballeros a dar la vuelta, retrocediendo un poco, hasta que con los que habían
entrado de refresco pudieron reunirse unos cuarenta o cincuenta, y así, con
ayuda de los infantes que iban escudados, se situaron tan cerca de los
sarracenos, que con solas las espadas podían herirse unos a otros, de manera
que nadie se atrevía a descubrir el brazo, por miedo de que alguna espada,
amiga o enemiga, no le hiriese en la mano. Entonces fue cuando, levantando la
voz los cuarenta o cincuenta caballeros que allí había con sus caballos
armados, y diciendo: —¡Santa María Madre de nuestro
Señor! Vergüenza, caballeros, vergüenza! Adelante,
embistámosles. Y se decidieron a arremeter todos contra los sarracenos.
86
(fol. 50r')
LUEGO que los de Mallorca vieron entrada la ciudad, más de treinta mil de
ellos, entre hombres y mujeres abandonaron sus moradas, saliéndose por las
puertas que Barbelet y de Portupí, en dirección a la sierra; de modo que fue
tanto el botín que caballeros e infantes veían por do quiera, que ni aún
pensaron en perseguir a los que huían. El último que se retiró fue el rey
sarraceno. Cuando los demás que se quedaron vieron por todas partes invadida la
ciudad y a tantos caballeros, caballos armados e infantes, corrieron a
esconderse como mejor pudieron; mas a muchos no les valió este recurso, pues
más de veinte mil murieron en aquella entrada. Así fue que al llegar Nos a la
puerta de Almudaina, vimos allí más de trescientos muertos sarracenos que habían querido
recogerse en la fortaleza, y que por haberle los suyos cerrado la puerta, se
veían alcanzados por los de nuestra hueste, que los acuchillaban allí mismo.
Luego que Nos estuvimos al pie de la Almudaina, los de dentro ni siquiera trataron de defenderse, sino que nos
enviaron un sarraceno que entendía nuestro latín, para ofrecernos que nos entregarían
aquel fuerte, con tal de que les diésemos algunos de nuestros hombres para que
les guardasen de la muerte.
87
(fol.50r°/v°)
MIENTRAS estábamos negociando con los de la Almudaina para que se entregasen, llegaron dos hombres de Tortosa
que querían hablar con Nos sobre cosas que,
según dijeron, nos interesaban muchísimo. Apartámonos con ellos a un lado, y nos manifestaron que si queríamos darles alguna gratificación,
pondrían en nuestro poder al rey de Mallorca. —¿Cuán-to queréis?, les dijimos: —Dos mil libras, nos contestaron. —Sobrado
es, les replicamos; porque si está dentro de la ciudad, al cabo habrá de caer
en nuestras manos. Sin embargo, daríamos de buena gana mil libras, con tal de
que pudiésemos cogerle sano y salvo. —Así se hará,
nos respondieron; —y dejando en lugar de Nos a uno de los ricoshombres al frente de la Almudaina, con orden de no atacarla hasta que Nos volviésemos, nos fuimos con
ellos a buscar al rey sarraceno, después de haber llamado a Don Nuño, a quien
dimos luego noticia del caso, para que nos acompañase. Llegados ambos a la casa
donde se hallaba el rey, nos apeamos, entramos armados, y al descubrirle, vimos
que estaban delante de él tres de sus soldados con sus azagayas. Cuando nos
hallamos en su presencia, se levantó: llevaba una capa blanca, debajo de ella
un camisote, y ajustado al cuerpo un juboncillo de seda también blanco.
Mandamos entonces a aquellos dos hombres de Tortosa que le dijesen en algarabía, que Nos le
dejaríamos allí a dos caballeros con algunos de nuestros hombres para
guardarle, y que no tenía ya que temer porque hallándose en poder nuestro podía
contar salva su vida. Así lo verificamos, y nos volvimos en seguida a la puerta
de la Almudaina, donde
habiendo dicho a los que estaban dentro que nos diesen rehenes y saliesen al
muro viejo para ajustar los tratos, convinieron en entregarnos, como lo
verificaron, al mismo hijo del rey de Mallorca, joven que tendría a la sazón
unos trece años. Abrieron entonces la puerta, advirtiéndonos que pusiésemos
cuidado en los que entrasen; y Nos confiamos la guarda del tesoro y de las
cosas de rey a dos frailes predicadores, dándoles diez de nuestros mejores y
más discretos caballeros, para que con sus escuderos les ayudasen a guardar
toda la Almudaina; pues
anochecía ya, estábamos Nos sumamente fatigado, y quería-mos descansar un poco.
88
(fol.
50 v ° - 51 r °)
POR la mañana del siguiente día
quisimos arreglar nuestras cosas y ponerlo todo en orden; pues por la gracia
del Señor era tanto el botín que habían cogido todos los de la hueste, que
lejos de envidiarse unos a otros, cada uno se creía ser más rico que los demás:
y habiéndonos convidado el mismo día don Ladrón, que era uno de los
ricoshombres que iban con Nos, diciéndonos que uno de sus hombres le había
manifestado que tenía una buena casa donde podríamos alojar-nos, y aderezada
excelente vaca para comer; se lo agradecimos en gran manera y aceptamos el
ofrecimiento. Así transcurrieron ocho días sin que se presentase ninguno de
nuestros domésticos, que embriagados con tantos despojos como habían recogido,
no se acordaron siquiera de volver a Nos.
89
(fol. 51 r °
/v°)
TOMADA ya la ciudad, se juntaron los obispos y ricoshombres, y vinieron a
decirnos que era menester que se hiciese almoneda de los moros cautivos y de todo cuanto se había ganado en la
entrada. —No lo aprobamos, les dijimos; porque esa almoneda ha de durar mucho tiempo, y más valdría que ahora que
los sarracenos están acobardados fuésemos a conquistar la montaña,
distribuyendo ejecutivamente todos los efectos recogidos. —Y cómo podrá hacerse
la distribución?, nos objetaron. —Por cuadrillas, les
contestamos; de este modo podrá hacerse luego y quedarán todos satisfechos.
Prisioneros y efectos estará repartido todo dentro de ocho días; marcharemos
luego contra los sarracenos que están afuera, conquistarémoslos, y guardaremos
la correspondiente porción del botín para las galeras: creednos, esto es lo
mejor. —A pesar de nuestras razones, En Nuño, En Bernardo de Santa Eugenia, el
obispo y el sacrista de Barcelona estaban empeñados en que se hiciese la
almoneda; y como obraban los cuatro de acuerdo y eran más avisados que los
demás, seducían fácilmente a todos los de la hueste. —No veis, decíamos Nos a
éstos, que la almoneda no será más que un
engaño, y con ella daremos lugar a que se repongan los sarracenos, siéndonos
después más costoso el vencerlos? ¿No fuera mejor acometerlos ahora, cuando se hallan aún sobrecogidos de
espanto, que no después cuando se hayan rehecho? —A
todo nos contestaron que era preferible la almoneda, y que no teníamos por qué
oponernos. —Así lo quiera Dios, les dijimos; y ojalá no tengamos que
arrepentirnos!
90
(fol.
51 v
COMENZÓSE, pues, la almoneda, y duró desde carnestolendas hasta pascua. Luego que
estuvo terminada, así los caballeros como el
pueblo, que pretendían que se les diese parte de todo y con esta fe compraron
lo que mejor les plugo, se resistieron a pagar el precio de lo que habían
comprado, aviniéronse unos con otros, y andaban diciendo por la ciudad que todo
aquello había sido mal hecho. Amotináronse al cabo y gritaron a una voz: —¡Vamos a saquear la casa de Gil de Alagón!— y así lo
ejecutaron; de modo que cuando Nos salimos para impedirlo, la hallamos ya
saqueada. —¿Cómo os habéis atrevido, les dijimos entonces, a poner a saco la casa
de uno de nuestros vasallos, estando Nos aquí y no habiéndonos presentado antes
reclamación ninguna? —Señor, nos contestaron, ¿no merecemos también cada uno de
nosotros tener nuestra parte en los despojos que se han recogido como la tienen
otros? ¿Porqué, pues no ha de habérsenos dado igualmente a nosotros? Aquí nos
estamos muriendo de hambres, señor; por esto quisiéramos todos volvernos a
nuestro país, y por esto hace el pueblo lo que Vos estáis viendo. —Barones, les
dijimos, mal habéis obrado, y por nuestra fe que de ello habéis de
arrepentiros: tened cuenta con no repetir tales desmanes, porque no los
sufriremos, y habremos de hacer tan ejemplar castigo, que a vosotros os pesará
del mal que habréis hecho, como nos pesará a Nos de la pena que nos veremos
forzado a imponeros.
91
(fol. 51 v°-52r°)
ESTO no obstante, al cabo de dos días se amotinaron de nuevo, y
levantándose grande gritería, dijeron otra vez: —Vamos a la casa del pavorde de Tarragona. —Encaminándose allá, saqueáronla,
y se apoderaron de cuanto en ella había; de modo que sólo pudieron salvarse las
dos caballerías en que él cabalgaba, porque en aquella sazón las tenía en
nuestro alojamiento. Viendo esto,
reunimos en nuestra presencia a los ricoshombres y a los obispos, a quienes
dijimos: —Barones, eso no debe ya sufrirse;
pues tal pudiera ser nuestra tolerancia, que ninguno de nosotros podría
contarse seguro de no morir a manos de esos amotinados, o de no ver arrebatado
por ellos cuanto posee. Por nuestra parte somos de parecer que estemos apercibidos
para el primer alboroto que muevan: entonces nos armaremos, montaremos a
caballo, nos presentaremos en la plaza, donde no hay barrera ni cadena, y de
los que podamos coger haciendo algún daño, manda-remos ahorcar unos veinte, o
sino de los primeros que nos vengan a mano, para que así sirvan de escarmiento
a los demás. —Para mayor seguridad mandamos luego trasladar de la Almudaina
a la casa del Templo todas nuestras cosas,
escoltándolas Nos en persona, acompañado de algunos de nuestros ricoshombres.
Nos presentamos después ante el pueblo, y le dirigimos las siguientes palabras:
—Mal obra habéis comenzado, barones, con saquear las casas de nuestros
vasallos, de aquéllos mayormente que ningún tuerto os han hecho; pero tened
entendido que os han de costar caros tamaños atentados, y que si continuáis por
ese camino, hemos de mandar ahorcar por esas calles a tantos de vosotros, que
los cadáveres lleguen a apestar la ciudad. Por lo demás, tanto Nos como
nuestros ricoshombres, todos queremos que se os dé también en tierras y en
bienes muebles la parte que os corresponda. —Así que oyeron nuestras últimas
palabras, aquietáronse y cesaron en su mal propósito; pero con todo aconsejamos
a los obispos y al pavorde que no saliesen por entonces de la Almudaina
hasta que el pueblo estuviese más sosegado, que
entretanto arreglaríamos la cuenta, para dar luego su parte a cada uno. Llegada
la noche y cuando todo estuvo ya tranquilo, marchóse cada uno a su casa.
92
(fol.
52 r ° /v
°)
PASADA la pasqua, armó don Nuño una nave y dos galeras para ir en corso a las partes de
Berbería; y mientras estaba él ocupado en el armamento, sobrevino una
enfermedad a Guillermo de Claramunt, de la cual murió al cabo de ocho días. No bien se había dado sepultura
a su cadáver, cuando enfermaron asimismo En Raimundo Alamañ y don García Pérez
de Meytats, que era de Aragón, de ilustre linaje y de nuestra meznada; muriendo
igualmente los dos al cabo de ocho días. Después de ellos, enfermó también En
Geraldo de Cervelló, hijo de En Guillermo de Cervelló, hermano mayor de En
Raimundo Alamañ; y falleció del mismo modo a los ocho días. Cuando el conde de
Ampurias vio que habían muerto aquellos tres, creyó ya que habían de perecer
todos los de linaje de Moncada, cayó también enfermo, y al cabo de otros ocho
días falleció; de modo que en el corto espacio de un mes perdimos a esos cuatro
caballeros, que eran de los más nobles y distinguidos de Cataluña;
afligiéndonos en gran manera el que hubiese sobrevenido tamaña mortandad entre
los cabos de nuestra hueste. Habiéndonos entonces propuesto don Pero Cornel que
pasaría a Aragón, y que por cien mil sueldos que le diésemos nos traería de
allí ciento y cincuenta caballeros, esto es, ciento por la indicada suma, y
cincuenta por el feudo que tenía de Nos; aceptamos el ofrecimiento; fuele
entregada la cantidad que pedía, y emprendió su viaje.
93
(fol.
52 v ° - 53 r °)
VIENDO que habían fallecido los
caballeros En Guillermo y En Raimundo de Moncada y los demás ricoshombres que
antes hemos citado, acordamos con don Nuño, que se había quedado con Nos, y con
el obispo de Barcelona, enviar órdenes a don Ato de Foces y a don Rodrigo
Lizana, que se hallaba en Aragón, para que se presentasen a servir el feudo que
tenían de Nos. Así lo hicimos, y nos contestaron que comparecerían de muy buen
grado; pero mientras ellos se disponían para venir, resolvimos hacer una
cabalgada contra los sarracenos que se habían retirado a las montañas de
Soller, de Almerug y de Bayalbahar, desde donde causaban mucho daño a los
cristianos, estendiendo sus correrías hasta Pollensa. Salimos, pues, de la
ciudad con los pocos caballeros e infantes que pudimos reunir, porque los más
se habían marchado ya, unos a Aragón, y otros a Cataluña; y tomando por el
valle de Buñola, dejamos a nuestra derecha un castillo llamado Oleró, que está
situado en aquella montaña y es de los más fuertes que hay en toda la isla de
Mallorca. Llegado a la cumbre del monte, recibimos aviso del que mandaba
nuestra vanguardia de que los infantes no querían acampar en el sitio que Nos
les habíamos ordenado, sino que se dirigían hacia Inca; y por lo mismo,
encomendando nuestra retaguardia a En Guillermo, hijo de En Raimundo de
Moncada, nos adelantamos a su alcance para obligarles a hacer alto. Cuando
estuvimos ya cerca de nuestra delantera, vímosles al pie de una cuesta y que
iban caminando con dirección a la citada alquería de Inca; pero dejamos de
seguirles, por no desamparar a los nuestros, pues los sarracenos les habían
atacado y quitándoles dos o tres acémilas durante nuestra ausencia; aunque al
juntarnos otra vez con la retaguardia Nos y los tres caballeros que nos habían
acompañado, ésta les había rechazado, obligándoles a retirarse por una cuesta
que allí había, y recobrando las caballerías de que ellos se habían apoderado.
94
(fol. 53 r o / v
o)
CUANDO estuvimos allí, vimos que los nuestros estaban otra vez en el camino,
y observamos que unos seiscientos sarracenos nos estaban reconociendo desde un
cerro en que se hallaban apostados, acechando si podrían hacernos algún daño;
motivo por el cual habían atacado a la hueste, luego que vieron que se alejaba
la vanguardia. Juntos entonces, nos encaminamos al sitio que habíamos destinado
para pasar la noche, y allí tuvimos consejo para acordar el plan que nos
convendría adoptar. En Guillermo de Moncada, don Nuño, Pero Cornel (que en el
intermedio había regresado, ya de Aragón) y todos los caballeros que más
entendían en cosas de guerra opinaron que no era prudente el acampar tan cerca
del enemigo, que contaba con una fuerza de tres mil hombres, mayormente
habiéndose marchado ya nuestros infantes con las acémilas y la mayor parte de
las provisiones; por consiguiente, resolvimos ir a hacer noche en Inca. Hicimos
entonces marchar delante las pocas acémilas que nos habían quedado, y cuando
éstas llegaron a la falda de la colina en que nos hallábamos, bajamos Nos
despacio siguiéndolas a alguna distancia; de modo que, a pesar de no haber en
toda la retaguardia sino unos cuarenta caballeros, no se atrevieron los
sarracenos a atacarnos, por ver el buen orden que llevábamos. Fuimos, pues, a
alojarnos a Inca, que es la principal alquería de Mallorca, y regresamos luego
a la ciudad.
95
(fol. 53 v o /r')
ESTANDO en ésta, se nos presentó el maestre del Hospital, llamado En Hugo de
Forcalquier, quien por haber tenido noticia de la conquista de Mallorca, acudía
a la sazón en ayuda nuestra con otros quince caballeros, aunque con el
sentimiento de no haber podido hallarse en la toma de la capital. Era En Hugo
muy querido de Nos, que lo habíamos propuesto al maestre de ultramar para que
lo nombrase maestre de su orden en nuestros dominios, y él nos correspondía
igualmente con su amistad: habiéndonos, pues, manifestado que quería decirnos
algunas palabras en presencia de sus caballeros solamente, dímosle audiencia.
Rogónos entonces encarecidamente, que por la amistad que le profesábamos y por
la confianza que 61 tenía en Nos, fuese nuestra
voluntad que intercediésemos asimismo con los obispos y con los ricoshombres,
para que el Hospital tuviese también su parte en la isla, y no sufriese
eternamente la deshonra de no haber concurrido a tan grandiosa hazaña como
había sido aquella conquista. —Vos, añadió que sois nuestro señor y el escogido
de Dios para llevar a cabo tan grande obra, no permitiréis seguramente que
nuestra orden no participe de ella, y que para nuestra vergüenza puedan luego
decir las gentes que ni el Hospital ni su maestre tuvieron parte en tan
señalado hecho de armas. —No ignoráis, le contestamos, el afecto que siempre os
hemos profesado a vos y a vuestra orden, y cuánto os habemos honrado; por lo
mismo, haremos de muy buena gana lo que nos pedís. Si no se hubiese ya
repartido el territorio, si no se hubiesen distribuido todos los despojos y no
se hallasen ausentes muchos de los que recibieron ya la parte que les
corresponde, fácil nos fuera el acceder desde luego a vuestros deseos: sin
embargo, podéis estar seguro de que haremos cuanto podamos para que quedéis
contento de Nos.
96
(fol. 54 r o)
VISTA la súplica que nos había hecho
el maestre del Hospital, llamamos al obispo de Barcelona, a don Nuño, a En
Guillermo de Moncada y a todos los demás ricoshombres y caballeros que
permanecían aún en la isla, y les rogamos encarecidamente que accediesen a dar
a aquella orden una parte de lo que todos habíamos ganado. Viendo que se
mostraban algún tanto rehacios, diciéndonos que era imposible que se diese
entonces una parte a los del Hospital, cuando todas se hallaban ya
distribuidas, y hasta habían regresado a su país muchos de los ricoshombres que
las tenían; les contestamos: —Barones, un medio sabemos para conciliarlo todo,
sin dar repulsa al maestre y a su orden. —¿Cuál es?,
nos dijeron. —Nos, les respondimos, poseemos la mitad de la tierra; y por
consiguiente les daremos por nuestra parte una buena alquería: llamemos luego a
Raimundo de Ampurias, que sabe lo que a cada uno de vosotros ha tocado, y
aunque no les deis ninguna alquería, porque no es justo que alguno de vosotros
quede sin tenerla, podrán cedérseles algunas tierras, rebajando a cada uno un poco
de la porción que le ha tocado; y de este modo tendrán ellos en todo la parte
correspondiente. No queráis, barones, que reciba un desaire tan distinguida
orden; ya veis que por lo que a Nos toca procuramos complacerla. —Oídas tales
palabras, se adhirieron a nuestro dictamen, diciéndonos que, pues tanto lo
deseábamos, se conformaban con hacer lo que les proponíamos.
97
(fol. 54 r °/v
°-55 r °)
LUEGO de
habernos puesto de acuerdo con los ricoshombres, quienes nos dijeron que
respondiésemos Nos en nombre de todos, llamamos al maestre del Hospital; y
cuando estuvo en nuestra presencia, le dijimos: —Maestre, vos habéis venido
aquí para servir ante todo a Dios y luego a Nos en esta conquista: sabed, pues,
que Nos y los ricoshombres accedemos a lo que nos habéis suplicado; y aunque
esté todo repartido, y se hayan marchado ya muchos de nuestros nobles que han
recibido su parte, os daremos con todo, lo bastante para mantener a treinta
caballeros, mandando que así se haga constar en el libro del repartimiento, al igual
de los demás. Nos os cederemos por nuestra parte una buena alquería, y aunque
los otros no puedan hacer otro tanto, os darán cada uno una porción de las
tierras que les han cabido en suerte, de modo que vengáis a tener lo suficiente
para el número de caballeros que os hemos indicado. Nos parece que con esto
podéis teneros por muy honrado, ya que os damos tanto como a los del Templo,
que concurrieron a la conquista.—Levantáronse entonces
el maestre y los freiles que le acompañaban para besarnos la mano; mas no se lo
permitimos al primero, y la alargamos solamente a los demás. —Señor, nos
dijeron luego, ya que tanta merced nos habéis hecho, nos atrevemos a rogaros
que nos deis también parte de los bienes muebles y algunas casas en que podamos
habitar. —Al oír tal demanda, volvímonos a los ricoshombres, y les preguntamos
sonriendo: —¿Qué os parece de lo que ahora nos vienen
pidiendo esos freiles? —Que es imposible, señor, nos contestaron; porque el que
ha recibido ya sus dineros o su parte del botín, es bien seguro que no querrá
traerla otra vez a colación. En cuanto a las casas, podrá buscarse alguna, o a
lo menos solar donde puedan edificarlas. —¿Y si fuese
posible conciliarlo de modo, que sin perjudicar a los demás, viesen ellos
cumplidos sus deseos? —En hora buena, nos contestaron todos. —Pues siendo así,
démosles la Atarazana, donde hallarán ya construidas las paredes y podrán
edificarse muy buenas casas; y en cuanto a los bienes muebles, podemos cederles
las cuatro galeras que hay allí, y que fueron del rey de Mallorca: así tendrán
parte en todo, como ellos desean. —Alegráronse con nuestras palabras el maestre
y los freiles; besáronnos la mano, y derramaron lágrimas de contento; mientras
que el obispo y los ricoshombres aprobaban también el arbitrio que habíamos
hallado para dejarlos a todos satisfechos.
98
(fol.
55 r °)
EN aquella
sazón se hallaban con Nos en la isla don Nuño, el obispo de Barcelona y don Gimeno
de Urrea; por cuyo motivo resolvimos dirigirnos
a la montaña contra los sarracenos. Cuando estuvimos en Inca, se presentó
también el maestre del Hospital, y habiendo llamado a los ricoshombres y a los
adalides que mandaban la frontera y conocían los pasos de la tierra, pedímosles
que nos diesen consejo sobre lo que deberíamos hacer. Don Nuño, En Gimeno
de Urrea y el maestre del Hospital fueron de
dictamen, que atendidas las pocas fuerzas que llevábamos, no era prudente que
nos aventurásemos en aquel terreno; pues como en las montañas de Soller, de
Almerug y de Bayalbahar, donde Nos queríamos internarnos, hubiese por lo menos
tres mil moros de armas acaudillados por uno llamado Xuaip, que era natural de
Chivert y llevaba en su compañía a unos veinte o treinta de a caballo; poníamos
en inminente riesgo nuestra persona y la de todos los que nos acompañaban.
Conocimos que tenían razón, y por lo mismo, aunque muy a pesar nuestro,
desistimos por entonces de aquella empresa.
99
(fol. 55 r °/v °)
LUEGO que los ricoshombres nos hubieron dejado,
marchándose cada uno a su alojamiento, mandamos llamar a los adalides, para que
se presentasen delante de Nos; y hablando con ellos a solas, les dijimos: —Os
mandamos que por la naturaleza que con Nos tenéis nos digáis la verdad sobre
cuanto os preguntamos. ¿Sabe alguno de vosotros que haya sarracenos en otra
parte de la isla, sino en esa sierra que mirada desde aquí nos parece tan alta?
¿Habéis estado allí alguno de vosotros? —Como ocho días atrás, nos contestó uno
de ellos, estuve yo allí en cabalgada, y por cierto que pensábamos coger
prisioneros a algunos sarracenos en una cueva de esa misma sierra que vos
estáis viendo; pero antes de que pudiésemos alcanzarlos, salieron a recibirles
más de sesenta de los suyos, armados, y se recogieron juntos en la misma cueva.
—No nos desagradaron tales noticias; y llamando luego a don Nuño, al maestre, a
don Gimeno de Urrea y a otros caballeros
esperimentados que se hallaban con Nos en aquella cabalgada, les dijimos:
—Hemos hallado un arbitrio para que no hayamos de volvernos con tan poco
provecho y tanta mengua a Mallorca, y puedan luego decirnos que salíamos para
conquistar esos montes, y nos retiramos sin haberlo siquiera intentado. —¿Cuál es? nos preguntaron. —Hay aquí un adalid, contestamos
Nos, que nos guiará a donde podremos hacer una buena presa de sarracenos; pues no hace más de ocho días que los dejó allí, y se
hallan en la parte de la montaña que yo os mostraré, en tierra de Artana. —Cabalguemos, pues, con la ayuda
de Dios, dijeron ellos. —Llamamos entonces al adalid, y nos contó otra vez
delante de nuestros caballeros de qué modo había encontrado a los sarracenos.
100
(fol.55v°-56r°)
RESUELTA ya la espedición, dimos orden para que al amanecer se levantasen
nuestras tiendas y todo nuestro equipaje para dirigirnos allá, enviando delante
de nos a algunos corredores que bloqueasen a los sarracenos, y que les
impidiesen el salir antes de que Nos llegásemos. Cumplióse todo puntualmente
como lo habíamos dispuesto; y cuando al anochecer llegamos cerca de donde
debían hallarse los sarracenos, se nos presentaron nuestros corredores,
diciéndonos: —No tendréis que buscarlos mucho; pues hemos escaramuceado ya con
ellos, y ahí los tenéis. —Vímoslos, en efecto, que habían encendido almenaras
para que fuesen vistos de los suyos, que en mayor número se hallaban en la
montaña; mas como nuestras caballerías se hallasen ya rendidas del calor que
hacía, determinamos acampar junto a un río que corría a la falda de aquel
cerro, dando orden para que al amanecer del día siguiente estuviésemos todos
dispuestos y armados nuestros caballos, que eran en todo unos treinta y cinco:
previniendo además que los sirvientes irían a atacar el peñón en que se
hallaban los sarracenos, tomando las avenidas para que no pudiesen escaparse,
mientras Nos acordaríamos lo demás que debiese hacerse. Así lo cumplieron. Era
aquel cerro tan empinado, que casi remataba en punta, y había en él una peña
saliente, en mitad de la cual había las cuevas donde ellos se recogían, de modo
que allí estaban salvo de las piedras que les arrojaban los nuestros, y sólo
podían éstas hacer daño en las chozas que allí a la boca de la misma cueva
habían construido. Embistieron los nuestros aquella entrada, llamando a combate
a los sarracenos; y cuando éstos se aventuraban a salir, dañábanles
arrojándoles algunas piedras; continuando así por un buen rato, con satisfacción
de los que estábamos mirando.
101
(fol.56r°)
DfJONOS
entonces don Nuño: —Creo, señor, que de nada
sirve el que permanezcamos aquí, y que es vano cuanto hacemos; porque las
piedras que les estamos tirando no pueden causarles daño, ni tampoco pueden
herirles las que se arrojan desde más abajo. Es ya mediodía, será, pues, mejor.que
os vayáis: entretanto podréis comer, ya que es día de ayuno, y luego
resolveréis mejor lo que hacer convenga. —No os deis tanta prisa, don Nuño, le
respondimos; pues yo os aseguro que ellos caerán en nuestras manos. —Bien dice
el rey, añadió el maestre del Hospital; pero con todo, podéis iros los dos, y
cuando hayáis comido, enviad aquí algunas fuerzas y veremos lo que deberá
hacerse. —Accedimos a lo que nos dijeron el maestre y don Nuño, y nos marchamos
de allí.
102
(fol.56r°/v°)
MIENTRAS Nos estábamos comiendo, el
maestre reató sus acémilas, puso una cadena al extremo de la recua, mandó
encender fuego en un caldero con leña seca, y atando a un hombre con la cadena,
diole el caldero, y lo bajaron poco a poco y sin ser sentido de los
sarracenos desde la altura en que los nuestros se hallaban hasta que vieron que
había llegado junto a las barracas. Pegó entonces fuego a una de ellas, y como
soplaba bastante recio el viento, propagóse de una a otra el incendio, y
ardieron hasta el número de veinte, contemplándolo Nos con gran satisfacción
desde la tienda en que estábamos comiendo. Mandóles decir entonces el maestre
que se rindiesen, si no querían perecer todos; a lo cual ellos contestaron, que
si dentro de ocho días, a contar desde el siguiente, que era el de San Lázaro y
día de cuaresma, no eran socorridos por los de la montaña, se entregarían a Nos
y con ellos aquella fuerza y cuanto tenían en ella, a condición de que no
debiesen darse por cautivos. Vino luego el maestre a manifestarnos la propuesta
que le hacían; mas sin esperar siquiera nuestra respuesta, añadió: –No aceptéis
tales condiciones: que se den por cautivos; o sino, rendidos están y que mueran
los villanos. –Así fue a decírselo, y entonces convinieron en entregarse
cautivos si de allí a ocho días, que sería el domingo de Ramos, no recibían
ningún socorro; dándonos en rehenes de su palabra los hijos de los diez moros
principales que se hallaban refugiados en aquellas cuevas. Descansamos
entretanto esperando aquel día, pero en el intermedio nos vimos en bastante
necesidad, porque no teníamos sino un poco de pan por todo bastimento, y aún el
último día hubimos de mantenernos con siete panes Nos, don Nuño y más de cien
hombres que comían de lo nuestro. En cuanto a los de la hueste, veíanse
reducidos 'a buscar trigo por las alquerías de los sarracenos, y comerlo
tostado; de modo que nos pidieron y nos vimos precisados a concederles permiso
para comer carne.
103
(fol.
56 v 0/57 r")
ANTES de que venciese el plazo que habían señalado los sitiados para
rendirse, juntó don Pero Maza algunos caballeros, unos cuantos hombres de la
hueste y cierto número de almogávares, con quienes hizo una cabalgada, llegando
a una cueva de la que se habían recogido bastantes sarracenos; y habiéndole Nos
enviado algunas ballestas, saetas y picos que nos pidió por un mensaje,
combatió a aquellos por espacio de dos días, al cabo de los cuales nos trajo
quinientos prisioneros. Llegó en esto el día de Ramos, y salido ya el sol,
mandamos decir a los sarracenos retirados en las cuevas que nos cumpliesen el
convenio que nos habían otorgado; a lo que nos contestaron que debíamos esperar
hasta la hora tercia. Dijímosles que tenían razón, pero que se preparasen
entretanto para salir de su escondite. Preparándose, pues, recogieron todo su
vestuario, y dejándonos allá arriba gran cantidad de trigo y cebada, comenzaron
ya a bajar mucho antes de la hora que habían indicado. Eran en número de mil
quinientos; de modo que con los que ya teníamos en nuestro poder reunimos hasta
dos mil prisioneros sarracenos, que puestos en camino, cogían el espacio de más
de una legua. Con ello y con diez mil vacas y más de treinta mil ovejas que
recogimos además en aquella espedición, empren-dimos otra vez la vuelta a
Mallorca, donde entramos luego contento y satisfecho.
104
(fol.57r°/v")
EN Mallorca recibimos la noticia de que don Ato de Foces y don Rodrigo de
Lizana venían a encontrarnos, de lo que nos alegramos en gran manera, por las
pocas fuerzas que en aquella sazón teníamos con Nos. Don Rodrigo hizo fletar
una tarida de la que habían estado ya en nuestro pasaje a la isla y que era a
propósito para trasportar los caballos, y luego otros dos leños, en los cuales
embarcó su equipaje y provisiones; presentándosenos, a poco de haber llegado a Pollensa, con treinta caballeros bien armados y provistos de todo lo
necesario. Don Ato se embarcó con don Blasco
Maza y los
caballeros que acompañaban a entrambos en una coca de esas de Bayona; mas luego
que estuvieron en alta mar, empezó el buque a hacer agua por dos o tres partes,
teniendo que sacarla con calderos pequeños, y calafatear las aberturas lo mejor
que pudieron; de modo que aunque deseaban abordar luego a cualquier punto de la
costa, ya de Cataluña, ya de Mallorca, la fuerza del temporal les llevó otra
vez a Tarragona, a donde llegaron salvos por milagro; pues la embarcación era
muy vieja y hacía mucha agua, en términos que apenas habían tenido tiempo para
desembarcar sus caballos y equipaje, cuando se abrió por de medio.
105
(fol. 57 v " - 58 r")
CUANDO hubimos pasado todo aquel verano en Mallorca,
llamamos un día a En Bernardo de Santa Eugenia, señor de Torroella, y le dijimos que habiendo Nos
permanecido allí tanto tiempo desde que había sido ganada la ciudad, queríamos volvernos a Cataluña; que él quedaría en
Mallorca como lugarteniente nuestro, y que por consiguiente daríamos orden a
los caballeros y a todos los demás vasallos para que se condujesen con él como
con Nos mismo. Contestónos que le placía, pero nos rogó que le hiciésemos
donación por durante su vida del castillo de Pals, situado
cerca de Torroella y de Palafurgell, para que así
viesen las gentes cuánto le amábamos; y conocimos efectivamente que al otorgarle
tal don agradecía más que todo el amor que con ello le mostrábamos, pues era
muy corta la renta que producía aquel lugar. Convenimos ya en esto, nos
comprometimos además, mediante escritura, a indemnizarle todos los gastos que por Nos hiciese en Mallorca; y luego,
mandando juntar consejo general de los caballeros y demás pobladores de
la isla, dirigimos a todos las siguientes palabras: —Barones, hace ya catorce
meses que permanecemos aquí, sin que en ninguna ocasión hayamos querido
separarnos de vosotros; pero estamos ahora a la entrada del invierno, y como
nos parece que, gracias a Dios, no tiene ya
de qué temer esta tierra, queremos volvernos a nuestros reinos. Desde allá,
mejor que no aquí mismo, podremos
daros consejo; podremos enviaros nuevas huestes para la defensa de la isla, y
acudiremos también en persona, si necesario fuere; pues estad seguros de
que no os perderemos nunca de vista, y de que noche y día estaremos pensando en
vosotros. Ya que Dios nos ha hecho la gracia, que no pudo alcanzar ningún rey
de España, de que conquistásemos un reino puesto en medio del mar, y de que
hayamos podido edificar aquí iglesia a nuestra Señora Santa María, sin otras
que se levantarán con el tiempo; no temáis que os desamparemos, antes bien
acudiremos siempre en vuestra ayuda, y muy amenudo nos veréis y tendréis
personalmente entre vosotros. Despedímonos entonces todos vertiendo abundantes
lágrimas; y al cabo de un buen rato en que el dolor había embargado nuestra
lengua, les manifestamos que habíamos nombrado por su caudillo a En Bernardo de
Santa Eugenia, por quien esperábamos que harían lo que por Nos mismo; y que a
la primera nueva que tuviésemos de que se dirigía contra ellos alguna armada,
nos tendrían inmediatamente a su lado.
106
(fol.
58 r ° /v')
DESPUÉS de habernos despedido de nuestros vasallos de la isla, los
cuales se conformaron con nuestra partida, ya que había de ser ventajosa para
ellos y para Nos, dejamos los caballos y las armas a los que se quedaban, por
si los habían menester, y emprendimos nuestro viaje dirigiéndonos a la
Palomera, donde se hallaban surtas dos galeras, una de En Raimundo de Canet,
y otra que era de Tarragona. Embarcado Nos en
la primera, y en la de Tarragona parte de los que nos acompañaban, hicímonos a
la mar el día de San Simón y San Judas, y a los tres días de navegación
llegamos con toda bonanza a la Porrasa que se halla entre Tarragona y Tamarit,
donde hallamos a En Raimundo de Plegamans, que al darnos la bienvenida y besarnos la manos, echóse a llorar de
gozo, por el mucho que le causaba nuestra vista. Como él sabía ya los tratos
que habíamos celebrado con el rey de León, que debía darnos su hija por esposa
y con ella su reino, anunciónos desde luego la muerte de aquel rey. —¿Y la sabéis de cierto?, le dijimos. —Así a lo menos lo han
contado, nos respondió, algunos hombres de Castilla que han llegado a
Barcelona. —Fuéronnos bastante dolorosas tales nuevas; pero nos consolamos
luego, pensando que en resumen valía más la conquista de Mallorca que
acabábamos de verificar, que todo el provecho que pudiera resultarnos de la
adquisición de aquel reino; y que ya que no había sido tal la voluntad de Dios,
no debíamos Nos entrometernos en lo que el Señor no quería. Con esto nos
quedamos a dormir allí hasta que amaneciese.
107
(fol.
58 v °)
A poco de haber amanecido,
entramos otra vez en las galeras y nos dirigimos a remo al puerto o playa de
Tarragona, en donde desembarcamos y salieron a recibirnos con el mayor júbilo y
banderas desplegadas los habitantes de la ciudad. Al acabar de comer y luego de
haber sacado de abordo todo el equipaje de nuestros hombres y de los marineros,
levantóse tan fuerte leveche, que hizo zozobrar las galeras que se hallaban
surtas a la boca del puerto, y en frente de la capilla de San Miguel, que había
mandado edificar el arzobispo Aspargo; de modo que sólo pudieron salvarse dos
hombres de los seis que en ellas había; queriendo así el Señor mostrarnos un
nuevo y señalado milagro. Después de haber permanecido por algún tiempo en
Tarragona, partimos para Monblanc, y desde allí nos encaminamos a Aragón,
pasando antes por Lérida. En todo el tránsito nos acogieron nuestros vasallos
con procesiones y estremado alborozo, y todos tributaban gracias a Dios por las
mercedes que nos había dispensado.
108
(fol.
58v°-59r(/v°)
PASAMOS aquel invierno en Aragón, y
luego nos volvimos a Cataluña, donde, estando en Barcelona, tuvimos noticia de
que el rey de Túnez hacía sus aprestos para pasar a Mallorca, con cuyo objeto
se apoderaba de todas las naves de pisanos, genoveses v otros cristianos.
Pedimos entonces a los nobles que nos acompañaban y a los prohombres de
Barcelona, que nos aconsejasen lo que debiéramos hacer atendidas las nuevas que
habíamos recibido, y ellos fueron de parecer que debíamos esperar hasta que las
tuviésemos más seguras, porque no siempre salía cierto todo lo que se contaba
de tan remotas tierras. Conformándonos con este dictamen, nos fuimos entretanto
a Vich, para resolver ciertas cuestiones que se habían suscitado entre En
Guillermo de Moncada y algunos habitantes de aquella población; pero a los dos
días de estar allí se nos presentó un mensajero de En Raimundo de Plegamans,
que habiendo andado toda la noche llegó antes
de la hora tercia, para decirnos que se habían recibido en Barcelona noticias
ciertas de que el rey de Túnez debía hallarse ya a aquellas horas en Mallorca.
Sobresaltándonos tal mensaje, y dándonos toda la prisa posible, por temor de
que no nos sucediese en aquel reino algún fracaso, no hicimos más que comer un
poco, y cabalgando en seguida, llegamos por la tarde a Barcelona, donde
descansamos aquella noche; que larga había sido la jornada. El día siguiente
nos encaminamos por la mañana a la playa para tomar legua, y descubrimos luego
una vela, que como tenía el tiempo favorable, llegó al cabo de poco que la
estábamos esperando. Era de Mallorca; y preguntando a uno de los marineros, que
desembarcó el primero en un bote, qué noticias traían de la isla, nos contestó
demudado el semblante: —Tememos, señor, que no esté ya allí el rey de Túnez. —Malas
nuevas traéis, le dijimos; pero confiamos en Dios que podremos llegar allá
antes que él; —y señalamos desde luego el día para hallarnos en Tarragona.
Dijimos entonces a los nuestros: —No nos parece bien lo que nos han aconsejado
los de Barcelona, ni provechoso para Nos ni para nuestro reino; pues la más
grande empresa que se haya llevado a buen término desde cien años acá quiso el
Señor que se cumpliese por Nos con la conquista de Mallorca; y ya que Dios nos
la dio, no la perdamos ahora por pereza ni cobardía. Resueltos estamos a ir a
socorrerla en persona, y para ello señalaremos día a todos los que nos
acompañaron en aquella conquista, enviaremos órdenes a Aragón, para que todos
los que tengan por Nos algún feudo o sean de nuestra meznada comparezcan en Salou
dentro de tres semanas con todas las fuerzas
que reunir puedan: allí les esperaremos; pues preferimos morir en Mallorca, que
perderla por nuestra culpa. Mas no la perderemos, no; Dios y los hombres nos
serán testigos de que haremos cuanto de Nos dependa por conservarla. —Así lo
cumplimos.
109
(fol.
59 v °)
ANTES del día que habíamos señalado,
nos hallábamos ya en Tarragona; teníamos fletadas naves, taridas y una galera,
en la cual estuvimos para adquirir noticia de si los sarracenos habían llegado
a Mallorca; y lo habíamos dispuesto todo para poder embarcar hasta trescientos
caballeros. Doscientos y cincuenta fueron los que se presentaron; pero con
otros cincuenta que hallamos en aquella tierra, pudimos reunirnos en el número
indicado. Antes de marcharnos vinieron a vernos nuestro pariente el arzobispo
de Tarragona y En Guillermo de Cervera, religioso de Poblet,
quienes derramando lágrimas, nos rogaron por
Dios, por el amor que nos tenían y por el buen consejo que nos daban, que no
arriesgásemos nuestra persona en aquella empresa, sino que enviásemos a
aquellos caballeros que teníamos allí reunidos, dándoles por caudillo a don
Nuño; mas aunque nos conmovió su llanto, les respondimos que por nada del mundo
queríamos desistir. Porfiaron, nos estrecharon entre sus brazos para
detenernos; pero nos desasimos, y tomamos desde luego el camino de Salou.
Otro de los que habíamos convocado para aquella
espedición era el infante don Pedro de Portugal, con quien habíamos hecho
permuta de la tierra de Mallorca; pero por más que le enviamos dos mensajes
diciéndole que pensase en socorrer la isla, y que siempre contestó que
comparecería, no había cumplido hasta entonces su palabra.
110
(fol.
59 v ° /
60 r °)
A media noche, cuando hacíamos levantar las áncoras a nuestras
embarcaciones para ponerlas en franquía, se presentó don Nuño en la ribera del
mar, y oímos que nos daban voces, diciendo: —¡Oh de la
galera! —¿Qué hay de nuevo?, les contestamos. —Dice
don Nuño, nos respondieron, que os ruega le aguardéis un poco, porque ha
llegado el infante de Portugal y quiere hablar con vos. —De buenas a primeras
no queríamos recibirle; mas pensándolo luego mejor, resolvimos que se
presentase, ya que allí estaba. Vinieron, pues, en un bote él y don Nuño,
subieron a la galera, y le preguntamos al verle, qué quería. —He venido, señor,
nos dijo, para acompañaros a Mallorca. —¿Cuántos
caballeros traéis? —Cuatro o cinco, nos
contestó; los demás se presentarán luego. —¡Válgame
Dios! don Pedro, mal aparejado venís para
tal empresa. Sin embargo, aquí tenéis nuevas naves y taridas, que se harán a la
mar por la mañana; embarcaos en hora buena si os place, que Nos no podemos
retardar el viaje; no sea que el rey de Túnez se halle ya en Mallorca. —Convino
en quedarse en la galera con un caballero y un escudero encargando a don Nuño
que hiciese embarcar a los demás y por cierto no fue difícil el cumplirlo,
porque no había comparecido ningún otro caballero, ni traía más que los cuatro
que nos había dicho. Salió entonces don Nuño de la galera, y se quedó con Nos
el infante.
111
(fol. 60 r"/v")
LEVADAS ya las anclas, mandamos empuñar los remos, emprendimos el viaje y
navegando a vela y remo, llegamos al cabo de dos días a Soller a eso de
mediodía. Hallábase allí una embarcación de genoveses, los cuales se habían
asustado en estremo al descubrir nuestra galera; mas luego que reconocieron el
pabellón, largaron su lancha y nos salieron al encuentro. Habiéndoles
preguntado en seguida qué noticias tenían de Mallorca y si sabían que hubiese
llegado allá la armada del rey de Túnez; nos contestaron que muy buenas, y que
no se hallaba en toda la isla ningún sarraceno estranjero. Regocijámonos con
tan buenas nuevas; nos trajeron algunas gallinas; y habiendo enviado luego a
dos de nuestros marineros a Mallorca para noticiar a sus habitantes nuestra
llegada a Soller, salieron éstos a recibirnos con grande alborozo, y nos
trajeron más de cincuenta caballerías ensilladas para que pudiésemos hacer
nuestra entrada en la ciudad.
112
(fol. 60 v 0-61
r °)
Así lo verificamos, y nuestra galera se encaminó a remo hacia aquel
puerto. Todos los caballeros que se habían quedado allí durante nuestra
ausencia nos dijeron que buena prueba les habíamos dado de lo mucho que nos
acordábamos de ellos, y de cuánto estimábamos la merced que Dios nos había
hecho con la conquista de aquel reino; y lloraban de contento por tenernos otra
vez a su lado. Cuando a los tres días de estar en Mallorca hubieron llegado
prósperamente las demás naves y taridas y los caballeros que en ellas venían embarcados,
deliberamos sobre lo que debería hacerse en el caso de que se presentasen los
sarracenos; y se resolvió que ante todo se colocasen los correspondientes
atalayas para que con la debida anticipación pudiésemos tener aviso de su
llegada. —Entonces, dijimos a los del consejo, en vez de acercarnos a la playa
donde ellos amenacen desembarcar, los caballeros y los hombres de armas nos
colocaremos en emboscada a cierta distancia: a los caballeros que no tengan
caballos armados, los enviaremos delante con unos dos mil hombres de a pie para
que aparenten oponerse al desembarco; pero así que hayan saltado en tierra una
gran parte de los sarracenos, deberán emprender la fuga en dirección a nuestra
celada. Llevados del afán de alcanzarlos, y pensando que no habrá más
caballeros ni infantes que puedan oponérseles, caerán los enemigos en nuestra
emboscada; daremos entonces sobre ellos con nuestros caballos armados y con
todos los demás hombres que estén allí con nosotros; volverán-les la cara los
dos mil que antes habrán huido, y juntos tòdos, los iremos acuchillando hasta
el mar. Cuando los que se hayan quedado en las naves vean la derrota y matanza
de los suyos, es bien seguro que no se atreverán a tomar tierra, por no sufrir
igual suerte. —Así estuvimos por espacio de quince días esperando al rey de
Túnez, con atalayas puestos en toda la isla, y orden para que encendiesen
ahumadas al descubrirle.
113
(fol. 61 r °)
AL quinceno
día de estar esperando, tuvimos ya noticia de que, no habían de venir sobre
Mallorca el rey de Túnez y su armada; por tanto resolvimos ir a conquistar las
montañas y los castillos que, conservaban aún los sarracenos, como eran Oleró,
Pollensa y Sanverí. Tres mil serían los moros que se hallaban allí en estado de
hacer armas; pero contando a las mujeres, niños y demás, llegaban a quince mil,
acaudillados todos por uno a quien llamaban Xuaip, y que era natural de
Chivert. No bien llegaron a sus oídos nuestros intentos, cuando dicho jefe nos
propuso entregarnos los indicados castillos y toda aquella montaña, con tal de
que le perdonásemos, y le favoreciésemos de modo, que pudiese vivir
honradamente. Nuestros nobles, caballeros y demás que nos acompañaban fueron de
dictamen que debíamos aceptar aquel partido, ya que además de ser ventajoso
para Nos, era provechoso para todos los cristianos que habitaban o habitasen en
la isla, la cual no podía contarse por segura mientras hubiese en ella tan
cruda guerra. Convenimos, pues, en que a Xuaip y a otros cuatro de su linaje
les daríamos heredades, caballos y armas, y a cada uno su buen rocín, mulo o
mula; en que pudiesen establecerse en el país todos los sarracenos que así lo
quisiesen; y por último, en que pudiésemos Nos disponer a nuestra voluntad de
todos aquellos que rehusasen adherirse al convenio. Otorgóse en estos términos
la correspondiente escritura, y así se cumplió, quedando tan sólo en la montaña
unos dos mil sarracenos que no quisieron entregársenos.
114
(fol.
61 v °)
LUEGO que
tuvimos una entera seguridad de que no debía ya pasar a la isla la armada que
esperábamos, regresamos a Cataluña, dejando en Mallorca a En Bernardo de Santa
Eugenia y a don Pero Maza, señor de San Garren y que era de nuestra meznada,
con algunos otros caballeros y escuderos, que en número de doce o quince
quisieron quedarse en compañía de dicho don Pero. Durante todo el invierno y
hasta el mes de mayo continuaron ellos la guerra contra los sarracenos de la
montaña; pero éstos se habían hecho allí tan fuertes, que poco o ningún daño pudieron causarles en sus personas. Habiéndoles, no
obstante, impedido el recoger las mieses, y reducido a los escasos bastimentos
que podían sacar de algunos lugares de poca importancia, los pusieron en tan
grande necesidad, que como bestias tenían que pacer las yerbas del monte. En
Bernardo de Santa Eugenia y don Pero Maza resolvieron entonces enviarles
mensaje, intimándoles por sus cartas y por un sarraceno que las llevaba, que
se rindiesen; mas como ellos contestasen que no querían rendirse sino al mismo
rey que había conquistado la tierra, resolvieron, de acuerdo con los demás
caballeros de la isla, venir entrambos a encontrarnos y pedirnos que fuésemos
allá, si queríamos acabar de apoderarnos de todo.
115
(fol.
61 v°-62r°)
ESTÁBAMOS Nos en Barcelona cuando En Bernardo y don Pero se nos
presentaron, diciendo que querían hablarnos y comunicarnos buenas noticias. Les
dimos la bienvenida, contestándoles al mismo tiempo que estábamos dispuestos a
escucharles y a recibir las buenas nuevas que querían anunciarnos. —Aparejaos,
pues, para pasar a Mallorca, nos dijeron; pues con que vos estéis allí, se os
acabarán de rendir todos los sarracenos, según lo que con ellos hemos pactado. —Bien venidos seáis, les repetimos, ya que tan buenas
noticias nos traéis: allá iremos.—Manifestáronnos entonces que no había necesidad de que nos acompañasen caballeros ni otra
gente de armas, y que bastaba nuestra sola persona, sin más comitiva que la de
los hombres que necesitásemos para nuestro servicio; pues estaba el negocio en
tal punto, que tan fácilmente conquistaríamos las montañas de la isla con la poca
gente de guerra que allí había, como con mil caballeros que llevásemos. —No se
necesita más, añadió el de Santa Eugenia, sino que mandéis armar dos o tres
galeras; nos embarcaremos juntos, y vuestra sola presencia bastará para que se
rindan los sarracenos.
116
(fol.
62 r °)
CONFORMÁNDONOS con los consejos de En Bernardo de Santa Eugenia,
hicimos armar tres galeras entre Barcelona y Tarragona, y al cabo de quince días nos hallamos en Salou,
desde donde nos hicimos a la mar, contra el
dictamen de los marineros, que veían la noche oscura y aturbonada. Después de
haber andado unas diez millas con un poco de
borrasca, serenó el tiempo, abonanzó el mar y clareó la luna; de modo que En Berenguer
Ces-Poses no pudo menos de decirnos: –Es tanto
lo que os ama el Señor, que con galochas pudierais pasar el mar; pues mientras
que nosotros pensábamos tener muy mal tiempo, os lo ha dado tal, que mejor no
pueden tenerlo las galeras armadas. No parece sino que está de Dios cuanto vos hacéis.
–A tan buen señor servimos, le contestamos, que no puede salirnos mal cuanto en
su nombre hagamos: por esto se lo agradecemos también con toda el alma. –Al
tercer día por la mañana, después de haber salido el sol y antes de la hora de
tercia, nos hallábamos ya en las aguas de Portupí: mandamos entonces izar
nuestro pabellón en cada una de las galeras, y al son de nuestras trompetas
entramos en el puerto de la ciudad de Mallorca.
117
(fol.62r°/v0)
LUEGO que los habitantes nos descubrieron, conocieron que éramos Nos, y que
los que ellos nos habían enviado habían desempeñado cumplidamente su embajada;
y todos, hombres, mujeres y niños, salieron al puerto con estremado alborozo,
y con gran satisfacción nuestra, acudiendo asimismo los religiosos del Templo y
los del Hospital, y todos los caballeros que había en la ciudad. Cuando hubimos
desembarcado y estuvimos en nuestro alojamiento en la Almudaina,
se nos presentó En Raimundo Serra, el joven (y lo llamamos así porque había otro Raimundo Serra, tío suyo, que era comendador de Monzón), el cual era comendador de los
templarios en Mallorca, y nos dijo estas palabras: –¿Queréis,
señor, hacer una buena campaña? Enviad a Menorca esas galeras armadas del mismo
modo que con vos han venido, y mandad decir a aquellos isleños, que vos habéis
llegado a Mallorca, que si quieren entregárseos, estáis dispuesto a aceptar su
sumisión y que de lo contrario, aunque a pesar vuestro, su resistencia les
habrá de costar la vida; pues yo creo que amedrentados con tales amenazas se os
someterán desde luego, ganando vos en esta empresa honra y provecho. –Llamamos
entonces a En Bernardo de Santa Eugenia, a don Asalit de Gudar y a don Pero
Maza, y en presencia del mismo comendador, les comunicamos lo que éste nos
había propuesto: aprobáronlo todos, y nos aconsejaron que lo pusiésemos por
obra.
118
(fol. 62 v °)
EN cumplimiento de lo que habíamos resuelto, mandamos a En Bernardo de
Santa Eugenia, a don Asalit de Gudar y al comendador que nos había dado el
consejo que se embarcasen cada uno en una galera, y pasasen a Menorca a decir
de nuestra parte a los de la isla que Nos estábamos en Mallorca con nuestra
hueste; que no queríamos su perdición, pues ya podían saber a qué habían venido
a parar los sarracenos que quisieron resistírsenos; y que si accedían a
sometérsenos del mismo modo que estaban antes sujetos al rey de Mallorca, los
tomaríamos bajo nuestra protección: pero si preferían la muerte o el
cautiverio, antes que acogerse a nuestra gracia, suya sería entonces la culpa,
y no tendrían ya que contar con nuestra benevolencia. Dimos en seguida orden a
uno de nuestros alfaquíes llamado Salomón, que era de Zaragoza y hermano de don
Bahihel, de que estendiese en algarabía la correspondiente credencial para los
tres enviados, a fin de que fuesen creídos de todo lo que espusiesen en su
mensajería; y manifestamos además a los mismos mensajeros, que nos acercaríamos
al cabo de la Piedra, que no dista de Menorca sino unas treinta millas, para
que pudiésemos tener más anticipadas noticias del resultado de su misión, y en
todo caso nos viniese más a mano el ayudarles.
119
(fol.62v°-63r°)
SALIERON por la noche las galeras con los embajadores, y al día siguiente entre
nona y vísperas llegaron a Menorca, donde hallaron al alcaide, a los jeques y a
todos los habitantes que, al descubrirlas, habían acudido al puerto de
Ciudadela en ademán de resistirles. Preguntaron ante todo los sarracenos de
quién eran aquellas galeras; y habiéndoles contestado que eran del rey de
Aragón, de Mallorca y de Cataluña, y que en ellas iban sus mensajeros,
depusieron luego las armas, diciéndoles que bien venidos fuesen, y que les
respondían con su cabeza de que podían no solamente desembarcar sanos v salvos,
sino además de que se les complacería y honraría como a amigos. Con tales
seguridades atracaron las galeras por la popa, y mientras tanto los sarracenos
enviaron a buscar almadraques, esteras y cojines, para que pudieran nuestros
enviados sentarse en la entrevista. Saltaron éstos en tierra, llevando en su
compañía un judío que Nos les habíamos dado por trujamán; y tanto el alcaide y
su hermano, como el amojarife, que era natural de Sevilla y a quien Nos hicimos
después arrayaz de Menorca, y todos los jeques escucharon con grande atención
la lectura de la carta, y recibieron con suma reverencia el mensaje que les
enviábamos, contestando que deliberarían sobre su contenido.
120
(fol.63r°/v°)
Los sarracenos resolvieron por de pronto contestar a nuestros
embajadores, que tuviesen a bien esperar hasta el día siguiente; y enviaron a
buscar a otros jeques de la isla que no se hallaban allí, para que se hallasen
reunidos en mayor número al acordar la respuesta. En Bernardo, don Asalit y el
comendador no tuvieron reparo en concederles aquella prórroga; y por lo mismo
fueron desde luego invitados para que entrasen en la villa de Ciudadela, donde
se les dijo que serían muy bien acogidos, aunque no fuese más que por amor al
señor rey que les enviaba. Respondieron los nuestros, que sin haber recibido la
contestación a su embajada, no podían entrar en la villa, porque Nos no les
habíamos dado orden de verificarlo; por consiguiente los sarracenos, después de
decirles que podían hacerlo como mejor fuese de su grado, les enviaron diez
vacas, cien carneros, doscientas gallinas, y pan y vino en abundancia, y
estuvieron con ellos para solazarles hasta el anochecer, en cuya hora se
volvieron los unos a la villa y se recogieron los otros en sus galeras. Aquel
mismo día a hora de vísperas llegamos Nos al cabo de Piedra, a la vista de
Menorca; y cierto que llevábamos una hueste digna de rey, puesto que nos
acompañaban solamente seis caballeros, cuatro caballos, un escudo, cinco
escuderos para servirnos, diez de nuestros familiares, y los correspondientes
troteros. Así que oscureció y antes de que los nuestros se pusiesen a comer,
encendimos lumbre, los reunimos a todos, y con ellos nos fuimos a pegar fuego a
los matorrales en distintos puntos, para dar a entender que estaba allí
acampado un numeroso ejército. Luego que los sarracenos de Menorca descubrieron
nuestras fogatas, comisionaron a dos de sus jeques para que fuesen a preguntar
a nuestros embajadores qué significaban aquellos fuegos que se veían en el cabo
de la Piedra; y éstos les contestaron, conforme a las instrucciones que les
habíamos dado, que era el rey que había llegado allá con sus huestes, puesto
que, por sí o por nos, quería él saber desde luego su respuesta. Cuando tal
oyeron, se atemorizaron los moros en tanto grado, que a la madrugada pidieron
de nuevo a nuestros enviados que esperasen por un momento, porque en breve les
iban a dar la contestación; y estos accedieron de buena gana a lo que se les
pedía.
121
(fol. 63 v ° - 63 bis r °)
PoR la mañana, luego de haber
rezado sus oraciones, salieron el alcaide, su hermano, el almojarife, los jeques
y unos trescientos de los principales sarracenos de la isla, para decir a
nuestros embajadores, que daban gracia a Dios de que les hubiésemos enviado tan
buen mensaje, pues bien conocían que no hubieran podido defenderse largo tiempo
contra Nos, y por lo mismo que viesen de qué modo podría estenderse por escrito
el tratado. Manifestáronles que, a pesar de ser la isla muy pobre y de no haber
en ella tierras suficientes en las que pudiese sembrarse lo necesario para la
décima parte de los habitantes, nos tendrían, con todo, por su señor, partiendo
con Nos lo que cosechasen;. pues era justo que el
señor tuviese parte en los frutos que recogiesen sus vasallos: y que nos darían
cada año tres mil cuartetas de trigo, cien vacas, y trescientas entre cabras y
ovejas, obligándonos a Nos a guardarlos y defenderlos perpetuamente como a
nuestros propios hombres vasallos. Nuestros embajadores pidieron entonces que
se nos diese además la potestad de Ciudadela, la de aquel cerro en que estaba
edificado el mayor castillo de la isla, y la de cuantas fortalezas en ella
hubiese; y aunque los sarracenos recibieron al principio de mala gana semejante
petición, al cabo después de haber deliberado, contestaron que accedían a ella,
ya que era aquélla nuestra voluntad; diciendo, que ya que tan buen señor
éramos, según decían, con los nuestros, esperaban que como tal nos portaríamos
también con ellos. Empleáronse luego tres días en hacer que todos los
principales de la isla jurasen sobre el Alcorán aquel tratado, al cual don Asalit
hizo añadir la obligación de darnos cada año dos quintales de manteca y
doscientas barcas para trasportar el ganado; y mientras tanto permanecimos Nos
en el cabo de la Piedra esperando que volviesen las galeras con los
embajadores, y continuando en encender cada noche almenaras como al principio
de nuestra llegada.
122
(fol.63bisr"/v")
AL cabo de cuatro días, por la mañana, salido ya el sol, y cuando
habíamos oído misa, tuvimos noticia de que habían llegado las galeras y
recibimos aviso de nuestros enviados para que tuviésemos dispuesta y adornada
nuestra casa. Hicímosla, pues, enramar de hinojo, porque a la sazón no teníamos
a mano otra yerba; entapizamos las paredes con los tapices que allí teníamos y
con los que nos dejaron los caballeros que estaban con Nos, y nos pusimos todos
los mejores vestidos, para hacer a los embajadores un honroso recibimiento.
Componían aquella embajada que nos venía de Menor-ca, el hermano del alcaide,
el almojarife y cinco jeques de los más calificados de la isla, a todos los cuales
enviamos caballos y otras cabalgaduras para que pudiesen venir a
presentársenos. Así que estuvieron delante de Nos, saludáronnos con profunda
reverencia, hincaron las rodillas, y nos dijeron, que de parte del alcaide nos
saludaban cien mil veces, como a señor en quien él tenía puesta toda su
esperanza. —Buena ventura os dé Dios. les respondimos;
plácenos en gran manera vuestra venida; —y a fin de que no nos estorbasen los
de la hueste en lo que teníamos que decirles, nos apartamos con ellos a un lado,
para poder hablarles con más libertad, y dieron gracias a Dios por lo que les
dijimos.
123
(fol. 63 bis v")
EsPtiSIERONNOS los mensajeros su embajada y la respuesta que les había
dado, manifestándonos al mismo tiempo el convenio que habían celebrado, para
que tuviésemos a bien ratificarlo. Les dijimos que deliberaríamos sobre ello, y
habiéndose ellos salido afuera, llamamos a los nuestros y les hablamos en estos
términos: —Loado sea el Señor, que sin pecado y con tanta honra nos concede lo
que Nos no habíamos aún ganado. Obvio es el resolver lo que debe hacerse en
este caso: aceptemos el convenio tal como lo habéis negociado, y demos gracias
a Dios por la merced que nos dispensa. —Llamamos en seguida a los enviados
sarracenos, dijímosles que teníamos por bueno el tratado que habían ajustado con nuestros embajadores, y les entregamos la correspondiente
escritura autorizada con nuestro sello, en la cual constase que los aceptábamos por vasallos nuestros y de nuestros sucesores
para siempre, y que debían ellos satisfacer perpetua-mente a Nos y a los
nuestros el tributo a que se habían obligado.
124
(fol. 63 bis v" - fol. 65 perdido)
DESDE que celebramos el convenio con
los sarracenos de Menorca, hemos sacado de aquella isla dobles o quizás mayores réditos de los que entonces se nos prometieron por tributo; pues
mientras que se los pidamos con oportunidad, nos ceden cuanto les pedimos, y
sin esto tomamos de allí todo lo que nos conviene. En cuanto a los sarracenos
que se habían hecho fuertes en las montañas de Mallorca y habían quedado
después cautivos para hacer de ellos nuestra voluntad, los distribuimos a
cuantos los quisieron, para que los poblasen, por la tierra como esclavos. Tan
señalados hechos llevamos a cabo en esta espedición con solas tres galeras, porque
nos favoreció en todo la voluntad del Señor que nos ha criado. Volvímonos en
seguida a Cataluña y Aragón; y por la gracia de Dios, desde entonces, muy lejos
de haber la isla de Mallorca necesitado más nuestra ayuda, la ha mejorado tanto
el Señor, que vale doblemente de lo que valía en tiempo de los sarracenos.
125
(fol. 65 perdido)
HABIAN transcurrido ya dos años
desde que se nos sometiera la isla de Menorca, cuando se nos presentó en
Alcañiz el sacrista de Gerona, que era arzobispo electo de Tarragona y se
llamaba En Guillermo de Montgrí, junto con En Bernardo de Santa Eugenia y su
hermano; y después de habernos pedido audiencia, nos dijo, que si queríamos
cederle la isla de Iviza, él y los de su linaje emprenderían aquella conquista;
pues ya que Nos no la teníamos en nuestro poder y estábamos a la sazón ocupado
en otras empresas, creía que no podíamos tener reparo en que él emprendiese
aquel hecho de armas, para que se dijese que el arzobispo de Tarragona había
conquistado aquella isla; puesto que en todo caso él la tendría en feudo por
Nos. Después de haber deliberado sobre su propuesta, conociendo que nos honraba
con conquistar aquella tierra y tenerla en feudo por Nos, accedimos a lo que
nos pedía: y aprestándose él con todos los suyos, dispuso lo necesario para el
pasaje, y mandó construir un trabuquete y un fundíbulo. Luego que el infante de
Portugal y don Nuño tuvieron noticia de la proyectada empresa, ofreciéronse a
acompañar al arzobispo, con tal de que éste les diese parte en la conquista, a proporción
del número de caballos con que le ausiliasen: fueles otorgada su demanda, y
emprendieron juntos aquella campaña.
126
(fol. 65 perdido)
LLEGADOS a Iviza, pudieron desembarcar sin que los de la isla les opusiesen
ningún obstáculo; v_ dirigiéndose desde luego al puerto con los caballos
armados, mientras se encaminaban también allá las naves v leños, asentaron su
campamento y comenzaron el sitio. Armaron ante todo las máquinas; hicieron que
el fundíbulo, que no alcanzaba tanto, asestase sus tiros contra la plaza, y el
trabuquete contra el castillo; hasta que, viendo que los disparos del fundíbulo
empezaban a hacer mella en el muro, resolvieron abrir algunas cavas. Cuando los
de la hueste conocieron que había llegado ya la hora del ataque, empezaron a trabar
algunas lijeras escaramuzas con los sitiados; mas luego armáronse todos,
corrieron al asalto, y se apoderaron de la primera línea de las murallas de la
plaza, acobardando con esto a los sarracenos, que pidieron luego la
capitulación. Así se apoderaron fácilmente de la villa y del castillo, sin que
el trabuquete hubiese disparado más allá de diez piedras y habiendo sido el
primero en entrar al asalto un hombre de Lérida llamado Juan Chicó. Después de
la toma de Iviza, se han dirigido muchas veces contra aquella isla galeras de
sarracenos; pero por merced de Dios, han tenido que volverse siempre con mayor
daño del que han podido causar en ella.
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